¿Autoritarismo aymara en Bolivia?

Pareciera que la nación entera está por caer en garras de un grupo étnico que ni siquiera es mayoría. ¿Qué otra cosa colegir de un Viceministro de Descolonización que declara, guarango ajo de por medio, “¡carajo!, nosotros vamos a continuar aquí (en el Gobierno) 500 años”?

Podría relievar, y ganas no me faltan, rasgos mestizos e indígenas destacables de Mariano Melgarejo y Evo Morales, ambos ejemplos notables de esos caracteres en la historia boliviana. Sin embargo, aunque aún impresionado por algún paralelo entre uno (el alcohol y las mujeres), y otro (la coca y las mujeres), hoy enfocaré un rasgo común, el autoritarismo.

El autoritarismo es una categoría que atormenta a las gentes de 94 países del mundo, hoy controlados por tiranos, monarcas absolutos, juntas militares o regímenes autoritarios. Casi cuatro mil millones de personas sufren el azote, más de la mitad del mundo. Lo dice Human Rights Foundation, entidad guardiana de los derechos humanos, que se pregunta por qué se socapa tamaña catástrofe. Se pregunta si la Organización de las Naciones Unidas (ONU), talego que junta perros y gatos, leones y ovejas, águilas jingoístas y ratones indefensos, no debería dar paso a una Liga de las Democracias.

Cómo no, si distorsionan los reales males del mundo: son más de 800 millones de gentes en pobreza extrema; casi el mismo número sin agua potable; la guerra ha desplazado a 65 millones de sus hogares; entre 1994 y 2013 los desastres naturales afectaron a un promedio anual de 218 millones de personas.
Garry Kasparov, ruso, y Thor Halvorssen, noruego, advierten del autoritarismo. El primero, maestro de ajedrez, me trajo recuerdos de Bobby Fischer y los encuentros épicos con Boris Spasski, estadounidense el uno, en tiempos que su país no era muy afecto al deporte ciencia; soviético el otro, oriundo de un inmenso imperio donde el crudo invierno encierra a la gente.

¿Acaso China, cuyo Presidente discurseara en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, ante lo más granado de la élite mundial, no es parte del problema? Los autores remarcan que un foro dedicado a “mejorar el estado del mundo” no debería ofrecer una palestra tan importante “al líder de un régimen represivo”. Realmente, es hipócrita que su discurso empezara preguntando “¿Qué ha ido mal en el mundo?”, cuando su país encarcela o hace desaparecer a opositores, persigue minorías étnicas y religiosas, y opera un férreo sistema de censura y control político.

China no es la única. Ahí tienen a Rusia y su Putin; a Venezuela y su Maduro; a la Turquía de Erdogan o la monarquía religiosa en Arabia Saudita; al régimen fanático de los ayatolas en Irán; a la dinastía rabiosa de Corea del Norte; a la Cuba de los Castro; a Egipto y a Ruanda: ¿a quién le importa Bahréin, Kazajistán, Guinea Ecuatorial, la dictadura en Zimbabue? Imaginen, hoy hasta un puntal de la democracia ha resbalado por el voto en manos de un arbitrario mandamás. ¿Será que la democracia no es el remedio, porque la injusta ambición de poder siempre vencerá?

El Gobierno de Evo Morales parece estar en franco resbalón a un régimen autoritario, uno de cuyos rasgos es el prorroguismo en el poder. Así le faltara un poquitín para llegar a la longevidad de Robert Mugabe en Zimbabue, país africano parecido a Bolivia por mediterraneidad, la pobreza con ilusión de riqueza, y según algún mandamás ebrio de rencor étnico, la presunción falaz y racista de que ambos países están escindidos por negros y blancos allí, y aymaras y q’aras aquí.

Pareciera que la nación entera está por caer en garras de un grupo étnico que ni siquiera es mayoría. ¿Qué otra cosa colegir de un Viceministro de Descolonización que declara, guarango ajo de por medio, “¡carajo!, nosotros vamos a continuar aquí (en el Gobierno) 500 años”? Para no ser acusado de sacar de contexto sus declaraciones, añado que aseveró que “los aymaras no hemos venido al Palacio de Gobierno a visitar, hemos venido… a quedarnos. Lo que tienen que hacer los q’aras es aprender a vivir en democracia, aprender a ser gobernados por sus mayorías, y ellos, como minoría, aceptar”.

No sé si su espuma rabiosa se debe a la ignorancia o al fanatismo, pero sus palabras merecen ser desmenuzadas. Uno, la democracia no es privativa de un grupo étnico por 500 años en ninguna parte. Dos, en democracia manda el voto en las urnas y las papeletas no siempre obedecen líneas étnicas ni geográficas. Tres, el mestizaje biológico y cultural es la mayoría en Bolivia, algo que quizá prueba el cabello ondulado del vociferante. Cuatro, si de mayorías se habla, entonces los quechuas lo son, no los aymaras. La diferencia es quizá que los unos están disgregados en el territorio (norte de La Paz, valle cochabambino, norte de Potosí, etc.), mientras los otros están amontonados, cual sitiando a la sede de Gobierno, alrededor del lago Titicaca, la ciudad de El Alto y el altiplano vecino. Tal vez por eso tienen atenazada a La Paz, pienso yo. Han logrado mayor nivel educativo, o si quieren, mayor formación ideológica en la retórica racista al revés de Fausto Reynaga y otros.

Repito que soy boliviano y por mí pueden quedarse con Chuquiago. De todas formas, la capital del país debería responder a nuevas realidades en esta patria inmensa y poco poblada. Sin embargo, el reciente voto del represor de Chaparina en Naciones Unidas, confirma que Bolivia se alinea con el “Club de las Dictaduras” y no con el sistema de repúblicas democráticas en el mundo.
El autor es antropólogo