Con un ultimátum planteado al gobierno, por parte de dirigentes de varias organizaciones cívicas del departamento del Beni, para que éste decrete zona de desastre a dicho territorio inundado por las aguas y así pueda aceptarse la ayuda internacional, se inicia una nueva fase de esta tragedia que tiene ribetes de catástrofe nacional. Gente que está viviendo trepada a los árboles, sin comida y sin ayuda alguna por la lejanía de sus comunidades, y el mal estado de las vías de acceso, acentúan este drama que no tiene parangón en nuestra historia.
Empero ante este desastre, altas autoridades han desechado la posibilidad de decretar dicha medida, bajo el banal argumento de precautelar la dignidad y la soberanía del país y que el D.S. 1878, que establece la emergencia nacional, define con claridad las obligaciones que tienen los Gobiernos, sean estos: nacionales, departamentales o municipales, para que asignen recursos para la atención de emergencias.
Según el ministro de defensa, “La Gobernación departamental del Beni tiene más de Bs 100 millones en caja y en bancos que puede utilizarlos para atender a los damnificados por este tema de los fenómeno naturales y lo propio ocurre en los municipios afectados en el Departamento del Beni”. “Lo que abunda no hace daño” reza el adagio popular, si la Gobernación del Beni y los municipios afectados del mismo departamento suman un monto de Bs 500 millones que pueden ser utilizados en la atención de emergencias, demos gracias a Dios, empero, no vemos la razón que ello se constituya en un óbice para rechazar ayuda externa y menos en las actuales circunstancias.
Con menos sentimiento burocrático, organismos internacionales como: Las NN.UU. Argentina, Perú y otros países concretaron por separado su ayuda y es lógico esperar que otros países lo hagan, sin la necesidad de que medie una disposición legal y menos una autorización oficial para salvar vidas.
Toda esta hecatombe trae a nuestra memoria aquel pasaje bíblico que relata la advertencia de Dios a Noé, antes de desatar el diluvio universal. Lo triste es que en esta ocasión, el castigo fue dirigido hacia un pueblo noble y justo, por fuerzas que parecieran encarnar el odio, la violencia, la mezquindad y la venganza.
Ya de nada vale construir un arca de madera para que todos ellos, junto a todos los animalitos que hacen parte de sus vidas, busquen cobijo en ella. La suerte fue cruelmente echada y sólo nos resta aferrarnos a esa firme promesa que Dios estableció con el héroe bíblico y con sus descendientes, consistente en que: “pasada la catástrofe, jamás morirían de nuevo todas las personas y animales en un diluvio”. Es más, cabe recordar que, como una prueba fehaciente de esa promesa, puso un arco iris en las nubes, que señalaría por siempre una forma de honrar el pacto. Todos los bolivianos esperamos ver muy pronto el arco iris sobre los cielos del Beni y no la muerte digna y soberana que nos auguran los malos.