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sábado, 27 de abril de 2013

hastiado con los temas de cada día Manfredo Kempff se pregunta "sobre qué poder escribir" no sobre Evo, no sobre Choque...ni sobre Bartolinas, ni Soza, ni Suxo, ni Chaparina, ni masacre del hotel, ni extorsionadores, ni jueces, ni fiscales, ni sicarios, ni bellacos...

Lo cierto es que uno desea a ratos no referirse para nada ni al gobierno, ni a S.E., ni al canciller Choquehuanca, ni a Chile, ni a Maduro, ni a las Bartolinas, ni a Soza, ni a Sasha, ni a Chaparina, ni al hotel Las Américas, ni a los extorsionadores, ni a los fiscales, ni a los jueces, ni a los movimientos sociales, ni a los bloqueos, ni a los sicarios, ni a los bellacos de moda; ¿y entonces sobre qué se escribe? ¿Qué se le puede contar a un público, que no esté relacionado con el inevitable desbarajuste nacional? ¿Qué le puede interesar al lector que no tenga que ver con el atraco impío que ha sufrido la Virgen de Copacabana después del cerco cruel a que fue sometida en la Semana Santa? ¿Qué le puede llamar la atención a la gente algo que no tenga un vínculo con críticas contra la corrupción en YPFB, ABC, o en las compras sin licitación? ¿Cómo eludir un tema sobre la re-reelección de S.E. que está dizque pendiente de un fallo del Tribunal Constitucional cuando al candidato ya se lo proclama oficialmente por todas partes?


No es que falten temas sobre qué escribir en Bolivia, sino que el columnista quiere escribir algo que sea de interés para los lectores, que esté fuera de la política, y no encuentra. Si yo fuera un personaje notable, un gran escritor o un gran político, podría contar sobre algunas de mis experiencias y sería todo un suceso. Pero si me pongo a relatar algunas de las anécdotas que me han pasado en la vida, o qué pienso sobre el destino del hombre o sobre Dios, ya dirían nuestros escasos lectores que me he “arrugado” ante el Gobierno. O tanto peor, que ahora que viene lo de La Haya y que se buscan embajadores neoliberales de carrera, estoy poniéndome en la cola, bien engominado, por si me liga alguito.
Lo cierto es que uno desea a ratos no referirse para nada ni al gobierno, ni a S.E., ni al canciller Choquehuanca, ni a Chile, ni a Maduro, ni a las Bartolinas, ni a Soza, ni a Sasha, ni a Chaparina, ni al hotel Las Américas, ni a los extorsionadores, ni a los fiscales, ni a los jueces, ni a los movimientos sociales, ni a los bloqueos, ni a los sicarios, ni a los bellacos de moda; ¿y entonces sobre qué se escribe? ¿Qué se le puede contar a un público, que no esté relacionado con el inevitable desbarajuste nacional? ¿Qué le puede interesar al lector que no tenga que ver con el atraco impío que ha sufrido la Virgen de Copacabana después del cerco cruel a que fue sometida en la Semana Santa? ¿Qué le puede llamar la atención a la gente algo que no tenga un vínculo con críticas contra la corrupción en YPFB, ABC, o en las compras sin licitación? ¿Cómo eludir un tema sobre la re-reelección de S.E. que está dizque pendiente de un fallo del Tribunal Constitucional cuando al candidato ya se lo proclama oficialmente por todas partes?
Tengo amistades que me dicen que no debo escribir sobre asuntos políticos, ni sociales, ni diplomáticos; sobre nada serio. ¡Nada de críticas al MAS! Juran que me arriesgo a que me llamen a declarar los fiscales y me frían vivo en Santa Cruz para luego congelarme en La Paz. Afirman que tengo una gran agudeza burlona que debo aprovechar. Pero resulta que tengo buen humor desde luego, gasto algunas bromas a mis amigos, pero no soy un humorista, que es cosa distinta. El humorismo es un arte que no alcanza cualquier mortal, porque es un género dentro de la literatura y del periodismo. Ahí están Jardiel Poncela y Gómez de la Serna en España, y más cerca, en Perú, el admirado Sofocleto. Además, no voy a ir a competir con mi amigo Paulovich que sí es un auténtico humorista, un genio de la ironía y la mordacidad. Paulovich le dice lo que quiere a S.E. y a todo su Gabinete y los bolivianos nos matamos de risa sin que ningún fiscal se meta con él. Creo que los sucesivos gobernantes – en democracia y en dictadura – no han entendido las cosas que les ha dicho Paulovich, por obtusos o porque se han hecho los del otro viernes.
Por lo tanto, puedo escribir algo de humor, una humorada de vez en cuando digamos, pero hasta ahí llega mi vena graciosa. Después, tratar de hacerse el cómico, es algo que puede resultar penoso. Todo lo que es forzado, lo que no es espontáneo, no sirve. De ahí que, para no meterme con S.E., ni con el Vice, ni con nadie que esté de moda en este sui géneris Estado Plurinacional de Bolivia donde los mandones coqueros se están acartonando, cuento alguna historia familiar de la Santa Cruz del siglo pasado, escribo sobre mis abuelos muertos, sobre mis padres, mis amigos, algo sobre la banda, el carnaval y las mascaritas; sobre taperas, el majao, el locro; sobre horcones, trapiches, carretones y bueyes perdidos. O alguna anécdota de mis años mozos en el exterior, que las hay muy divertidas.
En un país donde a la Virgen Patrona de la Policía Nacional la desvalijan unos cogoteros, la verdad es que todo se puede esperar. Se tiene que aguardar que la Policía recupere las joyas de su Patrona, en primer lugar. Pero escribir sobre atracos a las iglesias puede traer mala suerte, según me han dicho. Mucho peor si los lectores piensan que el columnista apoya la incalificable sospecha que tiene S.E. en sentido de que son los propios obispos los atracadores de la Virgen de Copacabana y demás templos. Eso es algo impío y blasfemo, que está muy lejos de nuestro sentimiento. Que S.E. le pida al Cardenal Julio Terrazas que castigue a los obispos que estarían robando en las iglesias, no es más que una burla cruel. Es una burla maligna y una falta de respeto a la Iglesia y a su Cardenal. Es una broma de las que gusta S.E. donde sólo se ríe él y sus acólitos tras los muros del Palacio.
Sin darnos cuenta, sin querer siquiera, ya hemos dado con un tema para escribir: el atraco a la Virgen. Pero esto cae dentro de ese círculo que tiene que ver con la política que deseamos evitar de vez en cuando. ¿Cuándo será posible redactar algunas notas donde no aparezcan los personajes que ya nos tienen hartos? ¿Algún día se podrá? ¿Llegará el momento en que los lectores se interesen por algo que no tenga nada que ver con la fétida política interna?

miércoles, 17 de abril de 2013

El Dia editorializa sobre "El amor a los caudillos" y compara situaciones en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Argentina donde todo indica que hay "un amor" que no puede sostenerse por más tiempo.


Nadie puede negar que Nicolás Maduro hizo todo lo posible y hasta lo imposible para ganar ampliamente las elecciones en Venezuela, como debía suceder tras la muerte del expresidente Hugo Chávez, quien había dado la orden a su pueblo de votar por él.

Maduro hizo hasta de payaso, realizó invocaciones al más allá y nombraba a Chávez a cada minuto, tratando de ser el muñeco de un espíritu convertido en ventrílocuo. Nadie lo hubiera hecho mejor que él en la brevísima campaña electoral que acabó con casi un millón de votos del chavismo y que ha desencadenado una ola de pánico en el esquema bolivariano, desde Managua hasta La Paz, pasando por La Habana.

Si los jefes de campaña, los mismos que consiguieron la holgada victoria de Chávez sobre Capriles hace seis meses, le hubieran dicho a Maduro que se pare de cabeza, éste lo hubiera hecho y por más que ahora digan que van a buscar hasta debajo de las piedras las razones de una caída tan fuerte, llegarán a una sola conclusión: Maduro no es Chávez y jamás conseguirá acercársele. Es más, si la campaña hubiera tomado una o dos semanas más, el candidato opositor hubiera ganado con una holgura suficiente que hubiera impedido la intercesión del fraude, como parece haber ocurrido el domingo en Venezuela.

En las sociedades incipientes como la venezolana o la boliviana, la gente ama a los caudillos y no cabe duda que Maduro está muy lejos de llegar a ser uno de ellos. Lo más probable es que se haya dado cuenta que Henrique Capriles se asemeja más al perfil que la población está buscando para cambiar su amor por Chávez. Es lo que sucedió en Bolivia con Belzu y Melgarejo o con Víctor Paz y Barrientos. La gente busca a quién aferrarse y no hay amor o lealtad que valga, cuando surge la figura capaz de asegurar la supervivencia de un esquema de poder anquilosado en nuestra cultura.

Suponiendo que Hugo Chávez lo hizo muy bien y que toda su obra la edificó con la mejor buena fe, lamentablemente su legado pende de un hilo y lo peor de todo es que éste podría transformarse en un nuevo periodo de inestabilidad política que se transformará en pérdida de recursos, más pobreza y seguramente muerte y desagregación social, la misma herencia que nos han dejado casi dos siglos de intentos por conseguir formar los estados en América Latina.

Los caudillos son capaces de cualquier cosa por quedarse en el poder y un remedo de cacique como lo es Maduro, resulta más peligroso todavía. Un día después de su posesión, acto que se hizo en tiempo récord para impedir que prosperen las protestas por fraude, ha denunciado que la extrema derecha prepara un golpe de Estado en Venezuela. Este fenómeno nos recuerda con mucha claridad lo ocurrido en Perú cuando se produjo el deterioro del caudillismo fujimorista que derivó en un autogolpe y en un periodo de violencia que ojalá no se produzca en Venezuela.

Desafortunadamente nuestros países todavía están muy lejos de tener líderes que se convenzan de que el mejor legado que se le puede entregar a la ciudadanía es el fortalecimiento de la democracia, la descentralización, la cohesión social en torno a valores como la justicia y el respeto a las leyes y por supuesto, la construcción de la institucionalidad. Sin esas herencias la construcción de estados en el continente seguirá siendo una quimera.
En las sociedades incipientes como la venezolana o la boliviana, la gente ama a los caudillos y no cabe duda que Maduro está muy lejos de llegar a ser uno de ellos. Lo más probable es que se haya dado cuenta que Henrique Capriles se asemeja más al perfil que la población está buscando para cambiar su amor por Chávez.