El mundo está cada vez más confuso e innegablemente cobarde. Lo dijo, no hace mucho, Bernard Henry-Levy acerca de Ucrania y del papel de Europa sobre la afrenta imperialista rusa. Para colmo se ha elegido a Venezuela para un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y, no podía faltar la gota que rebasa todo, Bolivia a la comisión de Derechos Humanos del mismo organismo, cuando archivadas tengo fotos de mítines pro-gubernamentales, nacidos en el seno mismo de la cúpula masista, con carteles que rezaban “Mueran los derechos humanos”, considerando a estos como un escollo en la ocupación de todos los ámbitos de la otrora república.
El “proceso”, que tiene puntos positivos en cuanto a la identidad como nación, o naciones, cuenta con apoyo masivo. De nada sirve llorar y especular con el fraude; no se puede ser tan ciegos como para negar el sustento popular del régimen, que no lo convierte en bueno per se. Con semejante apuntalamiento, y de mantenerse la situación actual, tendría para largo. El aporte del dinero de las remesas y el otro gigantesco del narcotráfico como la rama mayor de un entramado de asociaciones criminales, contribuye a la aparente fortaleza monetaria del estado plurinacional. Su fin, ya que en buena parte su supervivencia lo es, es económico. Ahí entramos en un campo tormentoso y nunca seguro, donde la elección presidencial en Brasil según quién gane puede atentar directamente el negocio de la cocaína y las republiquetas cocaleras. Frenar, o disminuir, el flujo millonario de droga hacia el vecino, cambiaría el panorama, algo que incluso puede suceder con una reelección del PT.
Ese tema, el del tráfico de drogas, puede ser tal vez el punto de flexión de una presidencia en apariencia fuerte en su economía y por ahora sólida con el respaldo de los movimientos sociales. Diría que hasta hay una fecha que podría comenzar a cambiar todo, la de inauguración del aeropuerto “internacional” de Chimoré, que viene a reemplazar la anhelada carretera atravesando el parque Isiboro-Sécure como expansión de un asunto inocultable, la permisividad de Evo Morales respecto a esta actividad ilegal. No tiene, como hubiese tenido -todavía posible- con el camino, un crecimiento geográfico de las tierras de cultivo de coca, pero ampliaría la dinámica del negocio. Morales, en un entramado complejo y místico, cae en el común complejo de los tiranos: el de la invencibilidad. Carece de criterio histórico para evaluar la actividad pendular de la historia local y cree haber despertado fuerzas dormidas ya inamovibles. Cierto hasta por ahí, en un país sin ideología ni atisbos de ella, manejado por impulsos primarios e intereses corruptos en su mayoría.
Chimoré se presenta como el gran desafío, porque para lo que ha de servir su aeropuerto afrenta las políticas antidroga de muchísimos países, algunos de los cuales se plegarán, como ya lo han hecho, a los beneficios de una vista laxa, mientras otros, y Brasil tendrá que hacerlo, deberán oponerse como puedan a las sucias cartas que se arrojan sobre el tapete, y que provienen, vale repetirlo, de una mala lectura acerca de la eternidad de los procesos.
Sin duda que los ideólogos del régimen parten desde un punto de vista válido, del apoyo casi incondicional de la masa que ve en Morales la materialización de sus deseos y el sobreponerse a un eterno complejo de inferioridad. Pero el mundo se maneja por encima de cualquier lírica folklórica, y el que haya aceptado hasta ahora un cáncer más o menos controlado, no implica que no se espante ante la metástasis.
Las últimas noticias dan resultados de Brasil: de nuevo el partido de los “trabajadores”. Hay que ver si la voz de los subsidiados basta para soslayar el problema de crecimiento del país. Bolivia tendrá que ser antes que tarde un tema a tratar.