Santa Cruz ha sido elegida por el Gobierno como sede de la cumbre del G-77. ¿Cómo interpreta esta decisión después de ocho años de proscripción de la capital para este tipo de eventos?
Elegir a Santa Cruz como sede de esta cumbre es un guiño que le hace Evo Morales a sus autoridades, a los empresarios hoteleros, a la gente cruceña afín al MAS y a la mayoría que mirará de palco la parafernalia montada como parte de su millonaria campaña electoral. Aunque Morales se ampare en los movimientos sociales, que dicen que son quienes lo proclaman, su campaña ya está en marcha, a contrapelo de la ley y las normas. Una vez más cobra vida su sentencia: “le meto nomás…” aunque su candidatura es inconstitucional, y de hecho ilegal. En tanto, los opositores no tienen posibilidad alguna de competir democráticamente porque el Tribunal Electoral, cooptado por el régimen, se hace de la vista gorda a favor del candidato oficialista, que pretende el partido único y de suyo le molesta la libertad de pensamiento y la libertad de prensa.
Todo vale en esta campaña, desde el lanzamiento del satélite Tupac Katari, el teleférico en La Paz, la competencia deportiva del Dakar, que pasó sin pena ni gloria por varias regiones de las más pobres del país; una reunión de sindicatos petroleros, cocaleros u otros y alguna inauguración sin trascendencia. Morales y los del MAS se juegan la vida en la campaña 2014, y se juega también la vida democrática de Bolivia: o será democrática o seguirá siendo una impostura democrática.
Esta cumbre del G-77 ¿también forma parte de la actual campaña?
En esta faraónica campaña con dineros del erario nacional se inscribe también la cumbre de los 77+China, como si fuéramos a tocar el cielo con las manos. Es parte de la propaganda política sin medida ni clemencia: somos ricos, afirman, y por eso vamos a tirar la casa por la ventana, aunque la pobreza extrema y la pobreza vulnerable en Bolivia tengan rotunda carta de ciudadanía. Por otro lado, no creo que haya otra ciudad que no sea Santa Cruz capaz de albergar al grupo de los 77+China, tanto por infraestructura, frente a Cochabamba, por ejemplo, como a La Paz por la altura, donde el régimen no ha realizado ninguna cumbre, precisamente por eso. ¿Vale la pena tanta algarabía, si la mayoría de la sociedad no sabe qué es el grupo del 77, cómo nació, por qué y para qué?
A raíz de esta cumbre, Reimy Ferreira dio el paso y se alinea al MAS. ¿Es el comienzo de nuevas adhesiones de este tipo al oficialismo?
En este caso, ningún asombro porque con cargo oficial o sin él, el exrector de la Universidad Autónoma Gabriel Rene Moreno, Reimy Ferreira, fue siempre un hombre del MAS.
¿Arrastrará otras adhesiones? Me acojo al derecho de la duda porque no sé cuál podría ser su caudal real de liderazgo. Ferreira nunca mezquinó su adhesión a una ideología de izquierda y socialista, a la que se adscribe él mismo y que de hecho otorga al régimen. Lo hizo con bajo perfil, cierto, pero lo dejó muy claro en sus artículos y sus entrevistas en cualquier medio. Seguramente, tanto él como Morales, esperaban una ocasión para dejar sentada públicamente dicha adhesión. Sin embargo, la práctica del régimen de Morales ya es catalogada por la mayoría de estudios políticos, como un gobierno reformista, más que revolucionario. ¿En eso se ha convertido Ferreira?
¿Puede explicar la diferencia?
A vuelo de pájaro, si bien hay una reforma sociopolítica, con visibilización de algunos pueblos indígenas, mientras excluye a otros, la ex República hoy se llama Estado Plurinacional unitario autonómico, pero es letra muerta sobre el papel. No ha cambiado las raíces económicas tanto mercantilistas, capitalistas y neoliberales de sus predecesores, empezando por la política sobre hidrocarburos y minería, aún sin industrialización y sin creación de empleos productivos. O en otro extremo, por el Bono Sol, hoy llamado Dignidad, y otros de nueva creación, como forma de redistribución de riqueza, gracias el extraordinario incremento de precios del gas, minerales, soya y otras materias primas, siempre sin corolario en industrias productivas y rentables.
Vía centralismo secante, el régimen de Morales desterró la institucionalidad democrática, y tomó como norte la intervención estatal, sobre todo en infraestructura e industrias fracasadas, mientras la economía boliviana vive un capitalismo de Estado, como después de la revolución de 1952, o hasta mediados de los años 80. Lo dramático es que se mantiene el mismo patrón primario exportador, es decir, extractivista de materias primas sin valor agregado. De socialista, para estar acorde con otros gobiernos que se autodefinen como tales, se ha convertido en una democracia electoralista, restringida sólo al voto, y ha eliminado la independencia de poderes, con desprecio a la pluralidad, amén de haber judicializado la política, vía ‘guillotinas judiciales’ contra sus oponentes para sacarlos del ruedo o forzarlos al exilio.
Como antes, no hay transparencia en el gasto público, y Morales y su gobierno derrochan dinero como si fuese de su propio bolsillo. Paralelamente, la corrupción ronda ribetes de “riesgo extremo”, por “la carencia de leyes anti-corrupción, los vacíos legales de estas normas y todo aquello que da cabida a la existencia de corrupción y que esta quede impune”, según estudios de Global Risk Analytics, de la consultora Maplecroft. A la postre, no hay revolución y poca reforma.
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