Morales tiene la vanidad de Pablo Escobar pero no tiene su poder de fuego, o la determinación para emplearlo. Bolivia no es Colombia, por supuesto, y ese es punto válido de diversas interpretaciones. En Bolivia ni los asesinos se toman en serio. Siempre hay una almohadilla, un cojín, que frena el choque y que, a pesar de cualquier tragedia, no le quita a la vida esa sensación de juego de traviesos. A los sociólogos vendrá la labor de explicar por qué. Existe; hasta en los abominables linchamientos que relata Roberto Navia en “Tribus de la Inquisición” queda un espacio de epifanía para los linchadores, el momento en que las calaveras de las víctimas, para peor guardadas en la comisaría local, son objeto de devoción. De lo que fueran, criminales prejuzgados sin posibilidad de inocencia, pasan a ser santitos a los que los asesinos les piden dádivas y socorros. En suma, no pasó nada, todo está bien, el horror ha dado espacio a un vaho de bondad y luz de santería...
Extraña introducción para un tema político como la eternidad gobernante de Evo Morales o su caída estrepitosa (no tan estrepitosa en Bolivia, por lo dicho, exceptuando quizá la muerte de Gualberto Villarroel el 46). Sin embargo hay relación. Si se observa al detalle cómo se maneja el poder en este país veremos que nunca se ha despojado de esa sonrisita que asoma ante la travesura. Antes que presidente, Evo Morales es niño caprichoso que hace de todo y esconde la mano, que llora y que sufre de ataques cuasi epilépticos hasta conseguir lo ansiado. Antes que presidente es futbolista, el amigo de la pichanga que pospone decisiones vitales para echarse un jueguito. Que él siempre sea capitán, goleador, “rodilleador”, no importa. Lo que prima está en el ambiente de fiesta.
Evo el trompetista, antes que el estadista. Excepto, lógico, cuando lo disfrazan para darle los doctorados honoris causa supongo que a cambio de un suculento fajo de billetes. Veleidades de ricos...
Linerita me hace dudar. Habrá leído a los clásicos marxistas pero no aprendió, y poco se asoma a Marx cuando rebuzna que las mujeres tienen que casarse antes de tener hijos, con un discurso acerca de “pruebitas de amor” que refleja esa idiosincrasia “traviesa” del boliviano, que no es capaz de decir nada “en serio” mientras, al mismo tiempo, veja el derecho femenino y considera al espectador como deficiente mental al que hay que referirse en términos infantiles. A qué jugamos, señor, a marxista confeso (que tampoco es garantía de nada) o a monaguillo que besa las manos del prelado. No hay mejor tuerto en país de ciegos que el susodicho, y el Otro...
Estamos blindados como tanque alemán, dicen, y su Eminencia plurinacional se pasea por tierras bárbaras de Alemania impecable y vestidito con aburrido traje hibridado entre indígena y gran señor. Pero el pastel de América del Sur va deshaciéndose para los socialistas de cuño que gobernaron una década. Tendrá su efecto en Bolivia, a pesar de que se regale tierras vírgenes y tierras indias al hambriento vampiro del petróleo y se sacrifique el futuro a los demonios de coca-cocaína que mandan la plurinación.
De ahí, de esa influencia del desmoronamiento de sus compinches, sale este último viaje del Monseñor Morales, a quien aplaudieron en Berlín tontos alemanes que olvidan que la soberbia del “humilde” presidente tiene implicaciones hitlerianas. El viaje proviene del temor a perder las gangas para sí y para repartir migajas entre míseros acólitos y facinerosos de toda laya. Ofrecer Bolivia, como sea, para mantenerse en la silla.
Se puede salvar un tiempo pero el fin vendrá. Ya hay que comenzar a preguntarse (Carlos Mesa ya lo hizo y se prepara) qué viene después. No puede otra vez ser la acción de deshacerse de un clavo para meter otro. Libres del cáncer, hay pasos a seguir para prevenirlo de nuevo.
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