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lunes, 27 de marzo de 2017

Ovidio Roca realiza un excelente intento de describir el populismo que llama "albánico" por lo del ALBA, con las características de estos regímenes que luego de ganar el poder "por el voto" se aferran al mismo uñas y carne, no lo sueltan, porque en ello está su existencia.

La cultura liberal tradicional se adhiere a los valores de orden social, propiedad privada, familia y trabajo creativo; por lo general en un marco ético y religioso. Bajo esta concepción ideológica se busca garantizar un ambiente de seguridad jurídica que fomenta inversiones y fuentes de empleo y promueve la ejecución de programas de educación humanista, productiva, tecnológica en un Estado de Derecho.
 
El Populismo tiene varias acepciones; generalmente se lo aplica a las tendencias socialistas y fascistas totalitarias, pero por lo común está referido a todo aquello que se aparta de la democracia liberal.
En Latinoamérica más que definirlo conviene describir lo que hacen nuestros populistas, ya que en las últimas décadas y especialmente en los países de la Alba y de la blanca, venimos adoleciendo de un largo periodo de peste populista, durante el cual los movimientos castro chavistas han sido extremadamente creativos en el uso de la demagogia y la manipulación de las masas.
 
Pero lo que mayormente marca y caracteriza al populismo es que tiene como finalidad y objetivo el disponer y utilizar los recursos públicos para sus propósitos, produciendo con este su accionar un ambiente con déficit económico y de institucionalidad.
 
Ellos apuestan por el estatismo, multiplican la burocracia y lo primero que hacen es afirmarse en el poder de manera indefinida. Para ello conquistan a la población con ilusiones y prebendas, utilizando para esto la riqueza producida por otros, por lo que la gente rápidamente se acostumbra a estas promesas y eventualmente a recibir subsidios y bonos.
 
En este ambiente la cultura del riesgo y del trabajo desaparecen pues todo se lo espera del Estado, por lo que no se logra una estructura productiva extendida y competitiva lo que hace extremadamente difícil avanzar hacia una economía de mercado, con empresas productivas y trabajos formales.
 
El discurso populista es matizado dependiendo de la psicología de las masas de cada país. En Bolivia el discurso es fundamentalmente indigenista y en lo demás sigue el típico discurso demagógico; se adversa a la empresa privada formal y se reivindica el rol del Estado en favor de los intereses de las masas populares con ofertas de estatismo, seguridad y justicia social.
 
Utilizan los mecanismos democráticos, especialmente el voto, para obtener el poder y luego se olvidan de ellos y solo se ocupan de preservar el poder y mantener la hegemonía política a través de la “popularidad” ante las masas, con discursos y medidas  populacheras.
Se aplica el esquema del enemigo necesario; este es un mecanismo primordial, pues siempre tiene que haber un enemigo o una conspiración lista “para despojar al pueblo de sus conquistas y dividir el país”, esto deja al grupo de poder  con las manos libres para atacar a la oposición y lo hace de la mano del líder populista que salva y defiende al país.
 
Se aplican medidas contra la libertad de expresión, como la regulación de los medios de comunicación, su compra por los socios del gobierno o su supresión, seguido por el hostigamiento y encarcelación de comunicadores sociales y el amedrentamiento de la población.
 
En el plano económico, los populistas se dedican a estatizar empresas con el nombre de nacionalizaciones. Se establece la total regulación estatal de la economía y fundamentalmente se ocupan de centralizar los poderes públicos: legislativos, judiciales y electorales en el Ejecutivo y a éste en manos de una sola persona o grupo hegemónico.
 
Este tipo de procesos ya lo hemos vivido en Bolivia varias veces y hasta ahora nada aprendemos. El último de estos fue hace algo más de treinta años (1982-1985) cuando vivimos una dramática etapa de populismo que dejó pésimos recuerdos y una economía quebrada, pero ninguna enseñanza para evitar repetirla.
 
Durante ese periodo, en el país se desató una ola de anarquía, incertidumbre y paralización de la producción. En una euforia populista, miles de izquierdistas de todas partes iban y venían a participar del carnaval revolucionario, mientras las amas de casa y los trabajadores corrían de un lado a otro para buscar qué comer y comprar su dólar, antes que sus bolivianos difícilmente ganados pierdan su valor barridos por la inflación. La gente recibía su sueldo, su plata y corría a comprar dólares de los pichicos, comida, ropa, cualquier cosa con tal de deshacerse de los bolivianos que minuto a minuto perdían valor.
 
La gente miraba espantada tamaño desorden, esa terrible inflación llegó al veinte mil por ciento y el dinero para pagar sueldos y deudas públicas no alcanzaba, así es que se imprimían cada día millones de papeles y se añadían ceros. El tipo de cambio del dólar paralelo que el año 1982 era de 283 bolivianos, llego en el año 1985 a 1.050.000 bolivianos por un dólar, es decir  3.710 veces más alto.
 
Este desastre y la desesperación popular fue lo que permitió sin mayor oposición que Víctor Paz, un verdadero Estadista, aplique una receta de economía liberal y con eso salvo al país del desastre. El presidente Víctor Paz, puso orden en la economía y en los mercados, frenó la inflación y diseñó una política económica de mercado que condujo exitosamente al país por varios años, hasta que nuevamente recaímos en el populismo.
 
Estamos en víspera del desastre productivo que por ahora está enmascarado y atenuado por la plata de la coca y la cocaína, las que sustentan la economía informal y posibilitan el abastecimiento de la población. Se asegura que es gracias a los dólares de la coca, del suministro de bienes por el contrabando, más la arraigada mentalidad de dependencia y subsidios, que la gente aún no percibe los problemas que se avecinan. Quizá necesitamos llegar al desastre para que la gente reaccione y decida apoyar a un Estadista y no a un Populista.

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