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domingo, 28 de marzo de 2010

con su artículo "Reflexiones sobre el Poder" Carlos Mesa ahonda la actitud de Evo Morales que se ha lanzado a la innoble tarea de juzgar y condenar a tres ex-presidente en un acto de baja pasión revanchista y vengativa


Los acontecimientos de los últimos días en los que tres ex presidentes y un ex vicepresidente nos hemos visto como protagonistas, ante la evidencia de un manejo inadecuado del Poder Judicial por parte tanto del Poder Ejecutivo como del Legislativo, han dado lugar a una andanada de agravios, injurias y acusaciones del presidente Morales en contra nuestra que al calificarnos de “delincuentes confesos” ha establecido ya una línea personal, que puede ser interpretada como un mandato para la Asamblea y para los jueces que ha designado de modo inconstitucional el reciente mes de febrero.
Esta carga de adrenalina presidencial me ha llamado a la reflexión sobre mi propia subjetividad. La política suele tener como mecanismo habitual el de la confrontación y el de la batalla inmisericorde entre rivales, sobre todo en tiempos electorales o en momentos de tensión entre gobierno y oposición, pero suele decirse que es parte de su propia lógica, que “no hay nada personal”. La verdad, sin embargo, es bastante distinta. Nuestra historia política tiene tal cantidad de ejemplos de inquinas, resentimientos e incluso odios personales tan profundos, que no es necesario hacer demasiadas consideraciones para constatarlo. Brechas humanas de tal profundidad que han afectado e influido, la mayor parte de las veces negativamente, en el destino del país, porque más allá de cualquier consideración sociológica, las acciones de los hombres que tienen el poder no están sólo conducidas por objetivos mayores, ideas y objetivos políticos, económicos y sociales, se mueven también impulsadas por situaciones personales, con carga emocional, referidas a estados de ánimo y a las buenas o malas relaciones con quienes hacen parte del escenario político en que se mueven.
¿En qué medida un juicio de valor sobre el Presidente o su gobierno no está cargado de aquellas cosas que forjaron nuestra relación política del pasado? Quizás en mayor medida de la que uno mismo es capaz de asumir conscientemente.
Esta ola de apasionamiento y de adjetivos públicos que nos ha dedicado, y esta evidente judicialización de la política y persecución personalizada, me ha hecho pensar mucho en mi propia actitud, en cómo encaro este proceso político, cómo valoro la administración de Morales y la realidad o impostura de los cambios que dice protagonizar.
¿Es posible el desapasionamiento?, probablemente no, quizás incluso no es deseable, porque la pasión es un ingrediente esencial de la vida humana. Pero me doy cuenta de que es un imperativo, sobre todo cuando tienes oportunidad de ser leído o escuchado, que la pasión, los afectos y los desafectos no te nublen el entendimiento, no limiten tu capacidad de distanciarte si quieres contribuir a una reflexión útil sobre el momento tan trascendente y a la vez terrible que estamos viviendo.
Son muy pocas las cosas que cambiaría de lo que he pensado, dicho y escrito en los cuatro años del gobierno del presidente Morales, pero su reacción personal, tan fuertemente cargada de resentimiento y revancha, ha hecho que de algún modo mire un espejo. No es el espejo que me gustaría ver de mí mismo.
Quizás, sobre todo en lo íntimo, estoy obligado a guardar una mayor distancia emocional, a ser capaz, porque de lo contrario la búsqueda de coherencia e integridad no existiría. Quizás haya que modificar el tono, desentrañar aquello que explica la actitud mayoritaria de los ciudadanos, sin moverse un milímetro —eso sí— de la defensa intransigente de los derechos humanos, lo que incluye la defensa abierta de cosas tan básicas como la existencia de jueces imparciales, la no retroactividad de delitos y penas agravadas, el derecho a la apelación de sentencia y el derecho a ser oído en un juicio. Asuntos que no son sino parte del respeto a la Carta Fundamental de DDHH de la ONU y de todos los tratados sobre derechos humanos y garantías ciudadanas suscritos por Bolivia.
Descubrir la política desde dentro es un ejercicio duro, pero sobre todo es una prueba crucial sobre la relación del ser humano con el poder y a través de ésta, sobre lo que realmente es un ser humano cuando tiene a su disposición los instrumentos que le permiten decidir sobre el destino de los otros para bien o para mal. Mucho se ha dicho sobre la ética en la política y mucho sobre que la política no es el arte de la ética. Mucho se ha dicho sobre el imperativo de la razón de Estado, especialmente cuando ese imperativo tiene la épica y la grandeza del cambio de la transformación de una sociedad como soporte.
Mucho se ha escrito también sobre las estrategias políticas de destrucción del adversario que en este caso es, más que eso, visto por el poderoso como enemigo. Distraer la atención del tema principal con otros que suenan espectaculares, enlodar a quien propone un debate de argumentos y defiende principios. Abrir, en suma, el escenario de una guerra en la que los más poderosos se impondrán sobre los más débiles a fuerza de controlar todo el poder.
En trances como éste es que la lucidez y el buen sentido deben primar sobre la pasión y el enceguecimiento.
Quizás la lógica más importante sea medir la dimensión exacta de las cosas y aprender que el precio que se paga por el servicio público “viene” con el cargo que se ha ocupado, es parte de un mecanismo triturador en el que nada importa.
Algo tiene que importar, a pesar de eso, ese algo debe nacer del espíritu y de su base fundamental, los valores en los que se cree y la idea de que el servidor público cree que es su obligación dar lo mejor de sí en favor de la nación por la que tiene el máximo sentido la vida pública.
Carlos D. Mesa Gisbert es ex presidente de Bolivia, 
periodista, historiador y político.

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