El mundo ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Países históricamente subdesarrollados han conseguido superar problemas de pobreza y atraso. Naciones de Europa del Este, la ex Unión Soviética, de América Latina y Asia han emergido como verdaderos fenómenos económicos y algunas de ellas ya se erigen como grandes potencias, tal como sucede con Brasil, Singapur, Corea, Chile, Polonia, Ucrania, entre muchas otras. Casos como el de Perú, Vietnam, Costa Rica, Estonia, etc., son pruebas de que el rezago no es una condena de por vida y tampoco constituye un designio histórico imposible de revertir. Hoy sobran los ejemplos de países que han optado por ser ricos, mientras que otros se encuentran entrampados en el subdesarrollo por culpa de visiones culturales erradas, de procesos políticos retrógrados y porque todavía persisten en el mundo numerosos regímenes autocráticos que mantienen a sus pueblos sumidos en la pobreza, la corrupción y el abuso de poder. El auge de los precios de las materias primas ha sido, sin duda alguna, uno de los impulsores del progreso de muchos países que de a poco abandonan los últimos lugares de los rankings sociales. En otros, en cambio, este periodo de bonanza ha beneficiado apenas a unos cuántos, a las élites que desde hace décadas se mantienen en el poder o a los procesos populistas que engullen grandes cantidades de recursos, sin el consiguiente efecto sobre la calidad de vida de las grandes mayorías. En estos países no se han resuelto los problemas básicos de la supervivencia y la ausencia de libertad y la violación a los derechos humanos agravan el cuadro de opresión. El hastío frente a autocracias que llevan hasta tres décadas en el poder, la sensación de fracaso y frustración han sido el común denominador de la cólera popular que se ha desatado en Túnez a mediados de enero y que se propagado por el norte de África y una vasta región del mundo árabe. En Egipto, Mauritania, Yemen, Jordania, y Argelia se ha desatado la ira de la gente exigiendo cambios, protestando por el desempleo, la pobreza y la corrupción, problemas que se han mantenido ocultos gracias a sanguinarios esquemas de represión. Se teme que en las próximas semanas, esos mismos estallidos sociales, con decenas de casos de inmolación que reflejan el alto nivel de desesperación, puedan extenderse hacia Libia y Sudán, donde los caudillos populistas han usado el islamismo radical para enfrentar a la gente con los enemigos externos y alejarlos así de los problemas concretos. Los estallidos que se viven hoy en aquellas regiones no pueden desvincularse de lo ocurrido el 2009 en Irán, donde multitudes hastiadas del fraude y el abuso, desafiaron a las fuerzas del tiránico Mahmund Ahmadineyad. Tampoco es un fenómeno aislado lo de Cuba y sus presos políticos mantenidos en las sombras de cárceles medievales o la presión mundial hacia China que se ha incrementado en los últimos meses. El régimen de Silvio Berlusconi, en Italia, se encuentra en la cuerda floja porque los italianos ya no aguantan más su pose y actitudes de dictadorzuelo de república bananera, mientras que en América Latina se deteriora aceleradamente la imagen de líderes que desprecian la democracia. La gente ya no los tolera y parece estar convencida que la libertad y el estado de derecho son ingredientes imprescindibles para la prosperidad.
El hastío frente a autocracias que llevan décadas en el poder, la sensación de fracaso y frustración fueron el común denominador de la cólera popular que se ha desatado en Túnez y que se propagado por el norte de África y el mundo árabe donde se ha desatado la ira protestando por el desempleo, la pobreza y la corrupción.
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