Cuentan que Muamar Mohamed Abd As-Salam Abú Minyar al Gadafi (Sirte, 1942) ya tenía miedo a volar cuando se llevó a cabo el terrible atentado terrorista de Lockerbie en 1988, con cuya autoría fue relacionado su régimen. Un avión de la compañía PanAm que se dirigía a Estados Unidos explotó en el aire y cayó sobre esa localidad escocesa. Murieron los 259 pasajeros y 11 vecinos.
El líder de la revolución libia hace todo lo posible por desplazarse por tierra, a veces durante muchas horas, a través de fronteras africanas casi inhóspitas y resguardado por una caravana de decenas de vehículos. Para dormir, nada de hoteles ni palacios, suele elegir su propia jaima (tienda tradicional de los nómadas del desierto).
En los últimos años, Europa y Estados Unidos tratan de normalizar sus relaciones con el líder libio, que insiste en que se ha apartado de la vía terrorista. Ha habido avances y acercamientos, pero las extravagancias de Muamar Gadafi siguen ahí. Quizás por eso, más que por la cercanía geográfica a Italia, tenga tanto «feeling» con Silvio Berlusconi.
No es un líder normal, claro está. Gadafi, de formación militar, llegó al poder tras encabezar la revolución en su país el 1 de septiembre de 1969, hace casi 42 años. Es el mandatario que más tiempo lleva aferrado al poder en el continente africano y en el mundo árabe, donde tanta afición hay a la poltrona.
Su «Libro Verde» (1975), en el que explica «su» islam político, es el que recoge las especificidades de la gestión del poder en Libia, donde él no tiene cargo al uso, ni de presidente ni de jefe del estado. Son los comités populares, que sustituyeron al partido único, los que a escala local, regional y nacional hacen de correa de transmisión con los ciudadanos.
Sus bandazos ideológicos han sido constantes. En 1970, se sacó de la manga su «Libro Verde» como «alternativa al capitalismo y el socialismo». En 1977, se inventó la «Yamahiriya» o «Estado de las masas». Fue varias veces acusado de proteger a terroristas y auspiciar atentados. Y se apuntó finalmente a un trasnochado panafricanismo. Aunque el único rasgo coherente de su trayectoria ha sido su aferramiento al poder y la feroz represión de la menor disidencia.
Política y negocios
Más allá de sus derivas ideológicas, Gadafi ha procurado, como otros líderes vecinos (¿Ben Alí?, ¿Mubarak?) colocar bien a los suyos. Tiene ocho hijos. Unos reparten más su interés en la política, otros en los negocios. No les va mal, claro.
El más conocido es Seif al Islam (1972), el primero de los siete hijos nacidos de su segunda esposa, quien con movimientos pendulares se sitúa ahora como heredero y, a la vez, cara amable del régimen. En realidad, pocos saben a ciencia cierta qué se cuece allí dentro. Suceder al líder de un régimen tan personalista no va a sar fácil. Lo saben los que estos días tratan de levantarse contra él siguiendo los pasos marcados por tunecinos y egipcios.
Por cierto, Mohamed Al Megrahi, el único condenado por el atentado de Lockerbie fue puesto en libertad por el Reino Unido hace año y medio porque sufre un cáncer terminal. Y porque había habido amenazas desde Trípoli. Gadafi, que había accedido a compensar a las víctimas, se apresuró a darle la bienvenida en lo que Libia vendió como una victoria del régimen mientras las miradas de incredulidad se tornaban hacia Gran Bretaña y hacia la tierra quemada en la memoria de Lockerbie. Megrahi sigue vivo.
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