¿Cómo se va a pronunciar la mayoría? Es posible que en algunos sectores la manipulación, incluso física del voto, sea posible. Pero, en los conglomerados urbanos, ¿qué va a decir la mayoría? Porque Evo, Álvaro y los demás ya saben, con certeza, que los que les dieron su voto en la última elección son los mismos que hoy los insultan en las manifestaciones…
Es muy común aquello de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Pero nadie les ha quitado a esos pueblos el derecho de arrepentirse. Es cierto que la colección de lamentables engendros de populismo barato que ha parido América Latina en los últimos años ha tenido como base de legitimación unas espectaculares votaciones mayoritarias que hicieron bailar de gozo a los caudillos titulares, dándoles la impresión circense de que mientras más payasadas hacían, más aplausos arrancaban y mejor les iba en las urnas.
Paradójicamente, son precisamente los proyectos de contenido autoritario los que han disfrutado de una base plebiscitaria incontestable. Antes, y hasta hace no mucho, no podían ser considerados democráticos los gobiernos que no convocaban a elecciones. A partir de un momento, el autoritarismo se basa en la abundancia de elecciones, consultas y referendos. Y no deja de ser irónico que sean esas consultas, esos pronunciamientos mayoritarios los que sirven de base a la destrucción de la institucionalidad democrática. Y no importa si hablamos de Venezuela, Ecuador o Bolivia, el fenómeno básico es exactamente el mismo: ¡más veces votas, menos democracia tienes!
Personalmente, no creo en la inclinación masoquista de los pueblos. Lo que no es una casualidad es que tal fenómeno se produzca en sociedades políticamente atrasadas en las que la facilidad del discurso inmediatista, la promesa de paraísos, el regalo de vidrios de colores y, ¡cómo no!, la canalización de una suerte de rabia y de venganza históricas, juegan un papel fundamental en la manifestación de apoyo a la construcción de las autocracias.
Pero parece que, así como los autócratas creen en la eternidad del poder, también creyeron que las mayorías son invariables. Y comienzan los sustos y temblores. Hace unos días, se hizo conocer que Hugo Chávez había decidido dejar de lado su agenda internacional --algo esencial para él-- para poder dedicar todo su tiempo a la preparación de las próximas elecciones presidenciales de 2012. No es mal síntoma de una preocupación ya que, si tiene dudas de su triunfo a pesar de todos los mecanismos posibles e imaginables de fraude ensayados en Venezuela, es que la mayoría puede haber cambiado. En la noche del último referendo en Ecuador --el de las 10 preguntas--, Correa brincaba de gusto saboreando lo que consideraba un triunfo aplastante, resonante, espectacular y arrasador. Los resultados finales le dieron un triunfo modesto y obligaron a sus colaboradores a posturas más humildes.
Pero lo mejor, de lejos, es lo de Bolivia. El Gobierno ha tenido que convocar, por obligación constitucional, a ese mamarracho sin precedentes que es la elección de magistrados por voto popular. Pero ése era un evento pensado para momentos en los que el Gobierno estuviera mejor parado. Resulta que ahora tiene que mantener su plan de copamiento judicial con supuesta base de legitimación popular, en su peor momento de popularidad. Y, lógicamente, no sabe qué hacer, salvo lo único en lo que está entrenada su gente: hacer todo lo posible para que la basura quede debajo de la alfombra… ¡incluyendo a sus candidatos! Porque nadie los ve, nadie sabe quiénes van a ser, qué antecedentes tienen, qué proponen.
¿Cómo se va a pronunciar la mayoría? Es posible que en algunos sectores la manipulación, incluso física del voto, sea posible. Pero, en los conglomerados urbanos, ¿qué va a decir la mayoría? Porque Evo, Álvaro y los demás ya saben, con certeza, que los que les dieron su voto en la última elección son los mismos que hoy los insultan en las manifestaciones…
El autor es analista político
El autor es analista político
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