A migos sugieren que deje de escribir contra el gobierno, que de haber reacción seré el primero en la lista de ejecuciones. Y me digo que si así piensan los escritores, cómo lo harán los sicarios del poder. Habremos llegado a un punto en que la intromisión mía o de cualquiera en el ámbito del saqueo nacional ya no se acepta. Tanta el ansia de omnipotencia, la angurria, que las opiniones opuestas a la acción de los plurinacionales, ya se consideran ataques insoportables. Los que otrora se incendiaban en protestas, hoy desean preservar el estado de cosas, donde ellos poseen todo y los demás nada, con un discurso que envidiaría el fascio. Los argumentos ya ni siquiera son falaces, deambulan en el campo de lo frenético, de anhelar una industria de droga que vaya en ascenso constante, sin siquiera pensar que para la mentada producción récord se tendría que talar la selva entera y que el destino de semejante aberración acabaría con cualquier vestigio de país, etnia, cultura, u otro sustantivo que gusten mencionar. Oigo cosas que ponen los pelos de punta, el retorno de Hitler con mazos prehistóricos, el nazismo calzado de abarcas y espíritu preletrado. En nombre de la pobreza.
Cierto que existe disidencia, pero ante ella se agita como amenaza la masa campesina dispuesta a no perder prebendas. Hablamos de un grupo humano, antes siempre explotado y desconsiderado, al cual se ha ofertado una suerte de carta blanca que se dispara tangencialmente por rumbos que minan lo poco logrado en doscientos años de historia. Se permite el contrabando, linchamiento, narcotráfico, y demás accesorios delincuenciales. Creen los gobernantes que luego de haberse deshecho de toda oposición podrán controlar algo que pronto se les irá de las manos, que fragmentará incluso su propio poder. Para entonces estaremos por debajo de Haití, a la par de Ruanda o del Darfur sudanés. El precio a pagar por el encono y la ambición de los de arriba será la pérdida definitiva del país en beneficio de las mafias de la droga para quienes los títulos de gobierno no importarán y donde presidentes, a la par que peones, han de jugar papel de simples fichas.
Persistencia de eternidad que se desboca hacia un foso dantesco. Qué más quisiera Evo Morales, a quien quitan responsabilidades, que ya no hubiese maestros, que nadie hablara idiomas ajenos al núcleo duro de los dos grupos indios mayoritarios, con preeminencia aymara, que su extraño nombre y su apellido reemplacen la odiada presencia del blanco en las figuras de Bolívar, Sucre, Murillo…, y sea su busto impenitente y burdo, junto a los Choquehuancas y etcéteras, cuya única gloria es la destrucción, los nuevos sujetos de culto.
Lo hemos visto ya, en Camboya para ser precisos, y allí nos encaminamos, a la matanza que sueñan hacer los cocaleros con el resto de la población mestiza, para lanzarse al desenfreno de la droga, a un universo que no sabrán manejar, y donde resultarán al fin siendo los mismos asnos de carga de siempre, bajo la férula de otros patrones que esta vez no perdonarán errores, donde el castigo deviene en muerte y donde rebuznos de nacionalidad, de glorias pasadas, de Tawantinsuyus no han de permitirse. A producir, producir, coca, cocaína, hasta que el estigma de Camboya se torne en contra de ellos también para juntar sus calaveras plurinacionales a las de los demás.
El fin del mundo, una opción que visualizan bien los profetas del odio. Dante redivivo, aunque sepamos que en el siglo XXI salidas tales, en medio de una globalización ineludible, no han de llegar a concretarse, que algo de instinto superviviente queda, que a la larga esta historia de Hitler y el doctor Goebbels, trasladada al Ande, no puede prosperar, que los vociferantes tendrán que callarse.
Maestros analfabetos, jueces sin título, alegran la visión del emperador Morales, que nada quiere saber ni tener de los blancos, excepto su práctico avión que dudo hayan construido sus parientes.
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