El país, una olla de grillosMarcelo RiveroEs penoso lo que está ocurriendo en Bolivia, ya que no hay nada, o casi nada, que no esté en un callejón sin salida o sujeto a pleitos; no hay día sin bloqueos, sin cambio de autoridades, sin alcaldías acéfalas y con las cuentas intervenidas, sin huelgas, estados de emergencia, asaltos a la propiedad privada, marchas y vigilias, y últimamente con legisladores y ciudadanos comunes y corrientes buscando refugio en países vecinos al sentirse acosados por el ‘delito’ de ser opositores y severos críticos del Gobierno.
Se ignora el cumplimiento de las leyes, altas autoridades dicen soberanos disparates que rápidamente dan la vuelta al mundo y todo es una olla de grillos de la que salen gritos que, desde luego, no se pueden entender. Tal es el grado de discordia, de rivalidad, de pugna, de intereses creados, tanto es el despropósito y la ignorancia, a tal extremo ha llegado la efervescencia, que la tranquilidad es una quimera.
Para que todo quede transformado ya en una catastrófica situación, tenemos la presencia cada vez más desembozada de las bandas de narcotraficantes, de dentro y fuera del país, que así como dan arduo e interminable trabajo a los organismos de interdicción de las drogas alucinógenas -con decomisos e incautaciones de toda laya, con detenciones de individuos implicados en el ilegal negocio y con destrucción de factorías gigantescas de cocaína-, se dan a la tarea de bañar con sangre las calles, caminos y campos bolivianos porque así se saldan las cuentas con quienes no cumplen los códigos ilegales de los mafiosos.
Tan desolador y luctuoso panorama se completa con el desbarajuste que en las ciudades y en las áreas provinciales provocan los delincuentes comunes que aprovechan las flaquezas de la Policía Nacional -que encima cojea en lo puramente institucional con nombramientos caprichosos de sus autoridades-, para tener a 10 millones de bolivianos viviendo bajo el signo del temor ante ataques a mansalva, con despojo de pertenencias grandes o pequeñas, con ofensas a la dignidad y con el peligro de perder la vida ante la mínima resistencia.
Eso y mucho más, ‘condimentado’ por los linchamientos cada vez más frecuentes, ajusticiando sin piedad y muy sanguinariamente a culpables o inocentes de un delito, a veces a las mismas autoridades como son los policías. ¡Lindo el cuadro que se ofrece a centenares de visitantes y a millares de lectores, radioescuchas y televidentes con motivo de la Asamblea General de la OEA en Cochabamba!
Aunque la situación es comentada por analistas y expertos, por supuesto que con la consiguiente angustia y no sin asombro porque los extremos que estamos padeciendo no tienen antecedentes en el pasado reciente ni lejano, me sumaré al coro de esa ciudadanía que, perpleja y angustiada, reclama un poco de cordura por si fuese posible salir de esta fosa profunda en la que ha caído esta patria desventurada y, al parecer, dejada de la mano de Dios.
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