Bolivia encara, con temor, una etapa de exacerbada violencia. Y si la violencia destroza ese sutil tejido de sentimientos, lazos culturales, confianzas ganadas durante luchas compartidas y emprendimientos comunes en una sociedad, se intuye un panorama desolador para la unidad de la Patria. La carencia de referencias a ella en la nueva CPE pone al descubierto la intención de los reales redactores del texto constitucional, la intención franca de desconocer un acerbo histórico común. En consecuencia, la repetida “refundación” es en sí, un rechazo a la Patria Boliviana, un rechazo al Proyecto de Nación y, quizás eso explica que en su lugar se utilice la aséptica definición de Estado Plurinacional, diseñado para desarrollar un proyecto político que nada tiene que ver con la intención fundacional, ni refundacional, de la República de Bolivia.
P. Shimose nos legó el verso “Vuelvo el rostro y veo la dimensión del odio”. La violencia ha rebasado los límites impuestos por la inseguridad ciudadana, para infiltrarse en terrenos donde lo que se juega ya es la libertad del ciudadano. Porque derechos fundamentales reconocidos por la CPE del 2009, están siendo desconocidos y atropellados de manera permanente, y con especial empeño en el Oriente y Sur, donde se ha concentrado la oposición al proyecto del MAS, filial del Socialismo Siglo XXI de Hugo Chávez. El Art. 15 dice “Toda persona tiene derecho a la vida y a la integridad física, psicológica y sexual. Nadie será torturado, ni sufrirá tratos crueles, inhumanos, degradantes o humillantes. No existe la pena de muerte”. Es evidente que todo el artículo se ha violado en Cochabamba, en Sucre, en Pando, y muchos otros lugares, con justicia comunitaria o sin ella. Se ha llegado a segar vidas humanas, una dolorosa crueldad; se ha recurrido a la tortura, tan repudiable que con frecuencia levantamos protestas en casos acaecidos a miles de kilómetros, como Guantánamo e Irak. Por el simple y trascendental hecho de pertenecer a la comunidad mayor, la humanidad. Si “no existe la pena de muerte”, ¿qué pasó en el Hotel Las Américas? ¿Si nadie debe ser torturado, qué sufrieron dos ex Unionistas, para arrancarles confesiones comprometedoras?
Se convierte en imperativo restaurar el Estado de Derecho. El Cap. III de la CPE (Art. 21) reconoce “la libertad de pensamiento…expresados en forma individual y colectiva, tanto en público como en privado,….”, que debe proteger de toda persecución política, y a los periodistas, la CPE les garantiza libertad “a expresar y difundir libremente pensamientos u opiniones por cualquier medio de comunicación….”, “a acceder a la información, interpretarla, analizarla y comunicarla libremente”. Carecen de fundamento la persecución, la amenaza o el chantaje a personas o empresas dedicadas a difundir información independiente. Es un mandato constitucional (Art. 22) “La dignidad y la libertad de la persona son inviolables. Respetarlas y protegerlas es deber primordial del Estado”. Los panegiristas de lo indefendible, hombres de prensa al servicio del gobierno y ex defensores de los derechos humanos, tendrán que rendir cuentas ante la justicia.
La tolerancia es un logro fundamental de la democracia liberal, cuya consecuencia es la paz social y, en la paz social, poder trabajar por mayor justicia social. El Estado de derecho es una consecuencia de la tolerancia política. John Locke, que vivió en carne propia la incomprensión, la intolerancia por razones de pensamiento, puso los fundamentos que desde el siglo XVII han influido en la conformación de los nuevos estados democráticos. No es posible vivir en sociedad dando rienda suelta a los efectos de taras, discapacidades e incapacidades, sean estas físicas, psicológicas, emocionales o intelectuales. No se debe configurar una sociedad en base a complejos, si no intentamos superarlos. La estrategia aplicada en el país, ya muy analizada, de ahondar diferencias, es eficaz políticamente, pero es deshonesta e inhumana. No cumple con principios y normas democráticas, cuando no hace falta ni siquiera en lo formal, y sin embargo genera conflictos de resultados funestos, con costos en vida y sufrimiento del pueblo boliviano.
El terrorismo es propio de los Estados totalitarios, con cientos de millones de víctimas. La ausencia de tolerancia, la destrucción del Estado de derecho, conduce a la aplicación del terror como instrumento político. ¿Porqué Bolivia va a ser el nuevo experimento de cambio mediante la práctica fracasada del terrorismo de Estado? Bolivia, y Santa Cruz en particular, ya han pasado por estas experiencias. Pero si duelen las afrentas externas, mucho más duelen las afrentas internas, de los que supuestamente nos llaman hermanos. A cuento de indigenismo se tilda a los cruceños de “separatistas”, olvidando que fuerosn cruceños los que se enrolaron voluntarios a defender nuestra heredad en el Pacífico, donde no pisó un “indígena”, porque la disposición legal restringió la convocatoria (R. Querejazu, La guerra del Pacífico, 2006). Otra publicación reciente aporta datos muy ilustrativos, que la historia ha recogido aunque sea “a grosso modo”, de las afrentas internas: “Las traiciones del Alto Perú a Santa Cruz” (Bismark A. Cuellar, 2009, en www.ernestojustiniano.org). Ese resumen suma 25 páginas. Y es que siempre los políticos han encontrado el pretexto para recurrir a la violencia, al miedo y el terror para someter a los bolivianos, y siempre el Ande apela con facilidad a la etiqueta “separatista” para justificar la violencia contra las aspiraciones cruceñas.
Hoy, la voluntad de un gobierno centralista, con ribetes de autocracia, se declara comunista (desfasado de la corriente mundial que está de vuelta de “revoluciones democráticas y culturales”), y esta ideología ha tenido siempre como “modus operandi” ejercer terrorismo de Estado. Es momento de recordar que cuando se pierde la tolerancia se está a punto de perder la libertad. Y la libertad es irrenunciable, no sólo es un derecho fundamental, es una condición del ser humano. Escuchemos a J.M. Sanguinetti, ex Presidente del Uruguay, quien al presentar su libro “La agonía de la democracia” (La Nación, 150509) dijo, “Los uruguayos perdimos la libertad porque antes habíamos perdido la tolerancia”. Con frecuencia, los mismos que atropellan hoy la democracia, mañana son los primeros en lamentar su no vigencia. “Esa es la lección de la historia”.
*CEO del ICEES, Santa Cruz (Bolivia)
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