El presidente Jimmy Carter ganó reconocimiento mundial cuando colocó el respeto a los derechos humanos como eje de la política externa de Estados Unidos. Esa política fue una estocada al corazón de los regímenes militares en América Latina y se clavó mortalmente en el talón de Aquiles de la Unión Soviética: Democracia. Como el respeto a los derechos humanos no conjuga con dictaduras ni autoritarismos, la cruzada llevaría al entierro del “socialismo real”.
El mundo avanzó mucho en derechos ciudadanos desde la Segunda Guerra Mundial y en poco tiempo ya no aceptaba atropellos pasivamente. EEUU contempló de brazos cruzados las matanzas de Hungría, Alemania Oriental y Polonia, y la asfixia sangrienta de la “Primavera de Praga” que intentaba un imposible comunismo humanizado, pero su “debe” en esta cuenta subió en vertical con la siniestra cadena de golpes militares que siguió al de Brasil (1964). Al cerrar la década de 1970 en la conciencia mundial ya estaba instalado el respeto a los derechos que expresaba la Declaración Universal de 1948.
En Bolivia, los abusos a esos derechos han sido perversos pero temporales. Esas situaciones anómalas no duraron como sus progenitores habrían querido. La conciencia boliviana sobre la necesidad de respetarlos siempre terminó prevaleciendo sobre los abusadores circunstanciales. El “control político” y las milicias armadas, sumados a la corrupción, fueron el gatillo que detonó la caída del MNR en 1964. Y con los vientos de una corriente que repudiaba dictaduras, Bolivia retornó a la democracia hace tres décadas.
Estos días, las imágenes de los cruceños detenidos llevados a La Paz han revocado épocas sombrías de irrespeto a los derechos fundamentales. Y las de la acción armada sobre el hotel Las Américas han sido una cruda remembranza de la doctrina de seguridad nacional cuando, a título de defensa del Estado, las fuerzas policiales y parapoliciales eran omnipotentes. El Estado estaba seguro pero la inseguridad ciudadana cundía.
El 30 de abril, el presidente Morales anunció represalias contra Human Rights Foundation: expulsión para los miembros extranjeros y cárcel para los bolivianos. Esa institución se había estrellado con el Gobierno con una carta muy crítica cuyo contenido está en el sitio electrónico de la organización (http://www.fundacionderechoshumanos.com).
En una rara coincidencia, el sábado anterior Jimmy Carter estuvo en Bolivia, como cabeza del centro que preside a favor de los derechos humanos. La presencia del premio Nobel de la Paz coincidió con la ofensiva que el presidente boliviano acababa de desencadenar contra HRF. Carter llegó cuando arrecian las críticas al Gobierno acusándolo de violar los derechos humanos y llueven denuncias de corrupción sobre personajes del entorno presidencial. Y cuando está activa una campaña contra líderes regionales y el Gobierno se enreda en denuncias de conspiración, terrorismo, magnicidios, prefecticidios, separatismo, apoyadas en testimonios al menos dudosos. Carter se comprometió a plantar coca (¿?) con Morales en diciembre, pero también escuchó a los cuatro prefectos opositores, incluso a Savina Cuéllar. El ex presidente probablemente vio extrañado cómo alguien que hace sólo dos años era postulado al Premio Nobel de Paz, que él recibió en 2002, es acusado de violar esos derechos por una organización creada para defenderlos. Si era candidato al premio universal, se debe suponer que algunos rasgos que apuntalaron su postulación deberían ser parte esencial de su personalidad. Si no, uno creería que tales rasgos no existían y que los postulantes eran sólo sicofantes. El autor es periodista haroldolmos.wordpress.com (El artículo de Harold está publicado en Los Tiempos)
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