Es un desierto de institucionalidad. La Corte Suprema descabezada y casi el total de sus miembros sometidos a juicio. Ya no existe el Tribunal Constitucional y tampoco el Consejo de la Judicatura. El control legislativo está pactado. La Contraloría General ha sido entregada a un parlamentario del gobierno, la Constitución vigente no fue aprobada por la Asamblea Constituyente, el Presidente cuenta con seguridad y transporte extranjeros. ¿Alguien, en las actuales circunstancias, puede dudar de la realidad del proceso de desinstitucionalización del Estado?
Evo Morales está culminando, de manera impecable, el proceso de desmantelamiento que inició Banzer el 2000 y que continuaron con asombrosa estupidez y coherencia, Tuto Quiroga, Goni Sánchez de Lozada, y Carlos Mesa. Con distintos discursos y con disfraces ideológicos supuestamente diferentes, todos ellos han trabajado en el mismo sentido, cavando lo que ellos creyeron túnel y que, en realidad es un hueco sin salida.
Es posible que los “teóricos” del actual régimen sostengan que precisamente se trataba de desmantelar el Estado anterior, para dar lugar al nuevo. Y es aquí donde surge el problema básico del analfabetismo político: no tienen la menor idea de lo que es un proyecto, un modelo de Estado. Y no lo van a tener, porque ellos creen, están convencidos, de que ya lo tienen. No saben que el régimen del caudillo es sólo un sistema vertical de obediencia, de sumisión, de ausencia de crítica, de discusión y de dudas, basado en las órdenes, aquiescencias o autorizaciones del Jefe -perdón, ¡del Jefazo!-, sin límites y sin controles, con una legitimación plebiscitaria surgida del atraso, la ignorancia y la rabia secular. No es un modelo de Estado: es el ejercicio del poder en todas sus manifestaciones. Es tan arbitrario, que ni siquiera siente la necesidad de adaptar formas y actuaciones a su propia referencia constitucional. No hay modo de interpelarlo.
Las revoluciones de verdad tienen proyecto de Estado. Lo tuvieron los liberales a principios del siglo XX, lo tuvo el MNR en 1952. Que su proyecto razonablemente burgués no culminó en la consolidación del Estado Nacional, es otra cosa. Lo tuvo la revolución cubana. Que hoy estén fregados porque apenas les alcanza para comer, es indicativo del fracaso de su modelo de Estado, ¡pero tuvieron modelo! Y porque lo tuvieron, es que generaron una nueva institucionalidad.
Aquí no hay nada, porque la única institución es el caudillo. Y se hace lo que Evo dice. En política exterior, él define, en su peculiar visión de la diplomacia, quién es el aliado y quién el adversario. Él define la política militar y la policial. El define, en política interna, quién es su enemigo: por eso la necesidad de recurrencia a las amenazas a su vida. Porque él es el conjunto de instituciones. Evo es el Estado. Es decir, ¡no hay Estado!
Todas las referencias institucionales de una sociedad moderna desaparecen. Por eso la necesidad de acudir a un discurso arcaico, enaltecedor de pasados imaginarios. Mientras el progreso y la modernidad tocan otras puertas, Evo, con más terquedad que sus antecesores, sigue cavando el mismo hueco. Mientras más hondo cava, más feliz se muestra de su tarea, rodeado de aplaudidores y adulones. Nosotros, el país, cada vez más lejos de la luz, cada vez con menos aire que respirar. En la lista de cavadores, Evo está resultando, de lejos, el mejor. En Bolivia, no hay que preguntar por la existencia de Estado… ¡sino por la profundidad del agujero!
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