Que el “imperio” carga culpas con Latinoamérica seguro. Basta leer Las venas abiertas... de Eduardo Galeano, que es exhaustivo aunque básico. De ahí a que Estados Unidos sea razón y fuerza del fracaso, cualquiera, excede el límite. Qué haría el multifacético pueblo judío si se hubiese dejado avasallar por la culpa de Alemania. No existiría más.
Ese imperio, esta vez sin comillas, ejemplo de grandes males, ejemplifica grandes virtudes también. Y una, olvidándonos de aquellos tiempos de Sacco & Vanzetti como el caso emblemático, es la de contar con un aparato jurídico independiente, donde el juez representa la posibilidad del ciudadano de hacerse oír, pese a quien pese, y de ganar si lo amerita. Se demostró hace unos días, con el voto de un conservador recalcitrante, Roberts, a favor de la reforma de salud de Obama.
Algo impensado en Bolivia, imposible... y a lo largo de la América mísera no solo por el legado del colonialismo y la explotación, sino mísera en sí misma, en su incapacidad de superarse, en lo fácil que implica reavivar los patrones de conducta en lugar de buscar otros nuevos. Porque nuevos no son, ni a la legua, el embrujo de los millonarios Kirchner, con lagrimones de pena por los pobres, ni del violador -escudado bajo sotana obispal, Lugo- y menos del juglar de Caracas a quien el destino le arrebata oscura gloria, entre joyitas varias, y multicolores.
Hace poco, en la capital, la contramarcha oficial -los “pros” y “contras” se debieran obviar ya que todos sabemos la verdad de la milanesa, perdón la carretera- atacó a la multitud congregada para vitorear a los marchistas de tierras bajas. Lo hicieron sin riesgo, asegurados de absoluta impunidad, y posteriormente justificados y hasta ensalzados por autoridades en angustiante afrenta a los principios democráticos.
Pues bien, esos atacadores, en el imperio, tendrían procesos inmediatos por felonía, porque lo suyo es considerado en términos legales como “asalto” y tendrían que purgar largas penas, de años, por su acción. Aquellos que chicotearon a policías con uniforme, muy posible que recibiesen la perpetua, por atentar contra el Estado. Porque para eso está la ley, para proteger a los habitantes del salvajismo, de la afición alcohólica y maniática de la turba.
Ahora, si desde arriba se la alecciona para cometer desmanes, estamos sin duda manteniendo el estado de cosas, pero jugando con fuego, porque no hay reichs de mil años, así se hagan devotos de achachilas o de madonnas. Si para algo los pueblos tienen memoria es para la venganza. Y nadie puede nunca saber con certitud de qué lado vendrá el viento la próxima. Justificamos, desde hace años, la muerte violenta, la ausencia de procesos judiciales, el linchamiento.
Si hubiese habido muertos entre los espectadores, aquel día en La Paz, ya los habrían justificado. Estamos apostando a Ruanda, y unos hacen de hutus mientras otros son tutsis, pero si se lee al detalle la historia del desdichado país africano, se encontrará que a veces, también, tutsis eran hutus. De ejemplo último yace el malhadado Gaddafi, elegido, eterno, ferozmente insultado, violado con un palo de escoba. A eso se llega cuando a costa de dolor ajeno se intenta conservar los bienes terrenales.
Cae en lo patológico el delirio del poder. Porque cualquier ser humano con algo de raciocinio suele darse cuenta de lo que es mejor para todos y para uno mismo. Al parecer falta eso, razonamiento. En su lugar han puesto bazofia que ni siquiera puede llamarse ideología; esta ya es palabra prostituida sin valor alguno.
Gobierno, hoy, en el continente, es comercio, no otra cosa. Y corren las apuestas. Que en nuestro caso creo que son las de Ruanda y Sierra Leona. Me pregunto si hay reversa, marcha atrás, o vamos por la condena.
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