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miércoles, 12 de septiembre de 2012

las FFAA están obligadas a emitir una declaración para calmar al Paraguay y a Chile y a los enemigos de Bolivia sobre sus reales intenciones. es la sexta nota de ACB Color sobre "la máscara pacifista de Evo"


El diario paraguayo ABC Color le dedicó un nuevo editorial a la tensión con el gobierno de Evo Morales, señalando que el mandatario boliviano “se ha sacado la careta de pacifista”.
Prensa libre y opinión pública en Paraguay
Tras el cese del fuego en la guerra entre el Paraguay y Bolivia, en el mismo campo de batalla se produjeron conmovedoras escenas de hermandad entre los beligerantes de minutos antes. Desde entonces, y hasta el advenimiento del presidente etnomarxista Evo Morales, nunca hubo notas de potencial discordia entre los dos países. En cuanto a la comprensible inquietud de nuestro país por el armamentismo y el masivo vuelco de las fuerzas armadas bolivianas sobre el área de influencia de nuestra frontera del Chaco, el presidente de ese país viene ensayando las más ridículas justificaciones. Y tras la destitución de su ex compañero de ruta marxista Fernando Lugo, mediante un juicio político constitucional, el presidente Morales se ha sacado la careta de “pacifista” y buen vecino con que venía engatusándonos.
Desde la finalización de la guerra del Chaco y hasta su devolución a Bolivia hace dos décadas, se exhibía en la Plaza de Armas, frente al Cabildo y la antigua Escuela Militar, un tanque de guerra capturado al ejército boliviano en Campo Vía, donde en diciembre de 1933 capitularon las divisiones bolivianas Cuarta y Novena, con 8.000 prisioneros. En su frente estaba colocada una placa donde podía leerse la siguiente inscripción:
“Homenaje al heroísmo de dos pueblos hermanos que se agredieron por la incomprensión de los hombres”.
Realmente es una cruel ironía que dos pueblos vecinos y hermanos de sangre y cultura, como el paraguayo y el boliviano, tuvieran que conocerse en el fragor de una guerra desencadenada contra la voluntad de ambos, por la insensata ambición de una serie de gobernantes bolivianos que tras perder su litoral del Pacífico, resolvieron resarcirse de esa pérdida con la anexión del Chaco paraguayo, un territorio sobre el que jamás habían ejercido soberanía. Las crónicas y reminiscencias de la guerra, escritas y relatadas por protagonistas de ambos bandos, abundan en ejemplos y testimonios enternecedores, tanto de heroísmo como de magnanimidad, por parte de vencedores como de vencidos. Lo mismo puede decirse hasta de los recuerdos que se llevaron quienes tuvieron la desgracia de caer prisioneros e internados en los países beligerantes, muy lejos de sus seres queridos y sin posibilidad alguna de contacto.
Ese cúmulo de sentimientos de nobleza humana y patriotismo, sin residuos de ese odio irracional propio de los conflictos étnicos o religiosos que bien conocemos, tuvo su más dramática manifestación inmediatamente después del cese de fuego dispuesto por ambos comandantes en jefe del teatro de operaciones al mediodía del 14 de junio de 1935, cuando pese a la terminante prohibición del comando boliviano de que sus tropas parlamentaran con las nuestras, paraguayos y bolivianos se abalanzaron desde sus respectivas posiciones para darse un fraterno abrazo. Esta simbólica cadena de unión y hermandad con el enemigo a muerte de un minuto antes, y que se generalizó espontáneamente por cientos de kilómetros en todo el frente, fue sellada con el abrazo que se dieron los generales en jefe de ambos ejércitos, José Félix Estigarribia y Enrique Peñaranda, en el campo de nadie el 18 de julio de 1935.
Hasta el advenimiento del presidente etnomarxista Evo Morales, nunca hubo notas de potencial discordia entre Paraguay y Bolivia en los 74 años de vigencia del Tratado de Paz y Límites. Más bien ha habido –con el permanente aliento de ABC Color– una innegable lógica en la búsqueda de una mayor integración comercial, mediante vinculación vial terrestre a través del Chaco y fluvial por el río Paraguay. Sin embargo, la primera señal ominosa para nuestro país se dio con el llamativo “Memorándum de Entendimiento en materia de Seguridad y Defensa” entre los gobiernos de Bolivia y Venezuela –dos países distantes casi 4.000 kilómetros uno de otro– firmado en Caracas el 22 de mayo de 2008, habida cuenta del clima de paz, cooperación e integración regional prevaleciente en ese momento en nuestro continente.
Un país tiene el soberano derecho de armarse militarmente cuando percibe una amenaza concreta contra su seguridad. Y esa amenaza solo puede concebirse como proviniendo de otro Estado, pues si fuese doméstica, le bastaría con potenciar sus fuerzas de orden y seguridad interior. Ciertamente –y con su poca seriedad habitual– el presidente Morales ha tratado de justificar su política armamentista con la hueca fanfarronería de que es “para que el Imperio nos respete”, en alusión a la única superpotencia militar del mundo, los Estados Unidos de América.
En cuanto a la comprensible inquietud de nuestro país por el masivo vuelco de sus fuerzas armadas sobre el área de influencia de nuestra frontera del Chaco, el presidente boliviano viene ensayando las más ridículas justificaciones, como la de impedir el contrabando de petróleo a través de nuestra frontera, cuando tal ilícito históricamente nunca ha pasado de unos miles de litros por mes a través de sendas poco menos que intransitables para su transporte.
Contradictoriamente, el presidente Morales –cocalero– se cuida muy bien de aludir a los cientos de toneladas de cocaína producidas en su país que cruzan anualmente por el Chaco a través de la frontera, más aun ahora que Bolivia se ha convertido en el segundo productor mundial de esta droga, tras la expulsión de la DEA norteamericana y la creación de un “Regimiento Ecológico” militarizado para supuestamente combatir el narcotráfico.
Tras la destitución de su ex compañero de ruta marxista, Fernando Lugo, mediante un juicio político constitucional llevado a cabo por el Congreso paraguayo, el presidente Morales se ha sacado la careta de “pacifista” y buen vecino con que venía engatusándonos. Últimamente, su afán de meterse en nuestros asuntos internos lo ha llevado a la paranoia de acusar a la prensa libre del Paraguay –en particular al diario ABC Color– de estar al servicio del gobierno del presidente Federico Franco, cuando lo que en realidad hace nuestro diario es hacerse eco y reflejar de vuelta con total imparcialidad la inquietud que se ha hecho conciencia pública en el Paraguay en el sentido de que el armamentismo que impulsa el gobierno boliviano es una amenaza potencial para la seguridad de nuestro país.
Al menos eso es lo que se puede colegir de las recientes declaraciones del vicecanciller de esa República, Juan Carlos Alurralde, quien acusó al presidente Federico Franco –quien no tiene nada que ver en este asunto– de haberse autodenominado, y de estar exacerbando los sentimientos nacionalistas para justificar la destitución del expresidente Fernando Lugo, mediante la prensa amiga que le responde. “No tenemos ningún tema pendiente con Paraguay. Se han firmado todos los acuerdos que cierran el tema de límites. Es increíble que Paraguay quiera acusar a Bolivia de que esté generando un conflicto armado”, manifestó el vicecanciller a la cadena de medios estatales.
Obviamente, el presidente de Bolivia Evo Morales no está generando un conflicto armado con nuestro país, ahora, pero como antaño, está creando las condiciones para que en un futuro imprevisible tenga las condiciones de “pisar fuerte en el Chaco”, como pregonaba en su tiempo otro belicoso presidente boliviano, Daniel Salamanca.

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