Los bolivianos estamos curados de espanto pues ya no sorprenden a nadie los índices de corrupción, que este año nos ubican en el subcampeonato a nivel latinoamericano, detrás de Venezuela, según el informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial (Foro de Davos), una de las entidades más prestigiosas del planeta.
Es verdad que la corrupción es muy alta, es un problema grave que hay que resolver, pero también hay quienes aseguran que no es lo peor que ocurre en un país como Bolivia, donde se calcula que esta lacra no representa más del cinco por ciento del Producto Bruto Interno. Claro, la gente se molesta porque le están robando, porque hay alguien que se hace rico con dinero ajeno y porque se están desviando recursos que deberían ser usados en escuelas y hospitales.
Los especialistas en competitividad creen que así como el ciudadano se irrita con la corrupción, debería protestar contra la burocracia gubernamental, las excesivas regulaciones laborales y las tasas de impuestos, aspecto en los que Bolivia también ha estado retrocediendo, de acuerdo al mismo índice mencionado arriba.
La conclusión es muy simple: el corrupto, además de robar, es un ineficiente, ingresó a su puesto por palanca política y no tiene el menor interés de mejorar la administración pública, no solo porque desconoce el procedimiento para lograrlo, sino porque está seguro que en cualquier momento dejará su cargo para dar paso a otro más torpe todavía.
Por eso mismo es que Bolivia es uno de los peores lugares para hacer negocios, es donde más trabas se ejercen para abrir una empresa y donde más trámites se exigen para pagar impuestos. “Y encima roban”, seguramente dirá el lector, con toda razón, pues cualquiera que hace una gestión en la administración pública sabe perfectamente que las operaciones administrativas parecen estar diseñadas para torturar al ciudadano, que impotente, no tiene más remedio que “aceitar los engranajes”. Hasta eso ha perdido meses, mucho dinero y buenos negocios. Otros prefieren no intentarlo y la mayoría huye, como sucede con las inversiones extranjeras, cada vez más escasas.
Hay un solo agente de la economía en Bolivia que no tiene trabas, ni burocracia, que se salta los procedimientos y que ni siquiera está obligado a cumplir las leyes. Estamos hablando del Estado, que gracias a estas ventajas ha podido invertir millonadas, cosa que no sería tan censurable si no fuera porque se trata de dinero muy mal colocado, en emprendimientos improductivos, altamente deficitarios, mal diseñados y encima de ello, con sobreprecios y otras falencias atribuidas a la corrupción y la falta de control.
La corrupción, en definitiva, es uno más de los síntomas del peor de los males que está detrás de los fenómenos analizados y es la falta de libertad que tiene el individuo boliviano para ser creativo, innovador, emprendedor y ser capaz de desarrollar su potencial en bien de él mismo y de toda la sociedad. Los ciudadanos viven aplastados por un gran aparato que lo agobia y termina destruyéndolo.
Hay un solo agente de la economía en Bolivia que no tiene trabas, ni burocracia, que se salta los procedimientos y que ni siquiera está obligado a cumplir las leyes. Estamos hablando del Estado, que gracias a estas ventajas ha podido invertir millonadas, cosa que no sería tan censurable si no fuera porque se trata de dinero muy mal colocado.
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