La frase del título es, sin duda, contundente. Así reafirmó, con una sencillez aforística, Manuel Castells, el quinto académico de las Ciencias Sociales más citado del mundo y el académico de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) más citado del planeta.
Invitado por la Vicepresidencia del Estado Plurinacional para dictar una conferencia magistral sobre las últimas tendencias de la globalización, el notable sociólogo español agitó el “campo académico” en nuestro país. Como era de esperar, la ilustre visita, provocó inusitada atención en diversos medios de comunicación. En una sugestiva entrevista (El Deber, 16 de marzo) reafirmó en su calidad de conspicuo investigador las plataformas digitales, aquella tesis que da cuenta de la contemporánea importancia de las redes sociales en los resultados y el destino de las contiendas políticas. Según Castells, los movimientos sociales que se forman en las redes, al convertirse en agentes de cambio que buscan transformar el orden establecido, tienen la capacidad de derrocar gobiernos.
Curiosamente, en Bolivia eso se comienza a observar en el campo de las redes sociales. Aunque, claro, irónicamente, esto no fue constatado por Castells quien, al parecer, tenía los ojos vendados. A lo mejor inducido por el oficialismo, no pudo apreciar que en las redes sociales de nuestro país se está gestando precisamente lo que él advierte. ¡Qué paradoja!
Sin horizontes claros, sin líneas discursivas y sin liderazgos visibles (características comunes de los movimientos sociales en las redes), en esos “sitios” se concentra la mayor y la más peligrosa oposición del régimen de Morales. En esos “sitios”, la falta de credibilidad del gobierno, del presidente y vicepresidente es alarmante. Cualquier declaración o aclaración del gobierno a través de las dos primeras autoridades o sus eventuales portavoces es ridiculizada sistemáticamente con una variopinta e irónica cantidad de memes.
Fue precisamente en las redes sociales donde se descubrió la “verdad de las mentiras” en varios sucesos, como el de Ernesto Fidel y el de “la cara conocida”, entre otros. Ahí, por más esfuerzos que realicen, queda eunuco el régimen. Como dice Castells: “el universo digital e internet, al ser una zona de comunicación autónoma, no se puede controlar”. En ese espacio, por lo tanto, nada se puede ocultar. Ahí se revelaron verdades cruciales que el gobierno ambiciona y quiere ocultar. En las redes circula la verdad, por ejemplo, de que casi el 95% de la hoja de coca cultivada en el Chapare tiene ilícito destino. Algo que seguramente, dicho sea de paso, desconocía Castells; pues solazado asistió a “la solemne proclamación de la ley de la coca”.
La frustración oficialista, en ese sentido, es dramática. La elite azul llora a moco tendido cuando los incontrolables opositores de la red tienen un éxito apabullante en las batallas simbólicas y digitales. En las plataformas digitales, la derrota de la deseada “única verdad” ha sido abrumadora.
Con un simple meme caen por la borda millonarios avisos de la propaganda pagada. Los memes, incluso, neutralizan la manipulación informativa de los medios controlados. Salvo esforzadas excepciones, los medios tradicionales, televisión y prensa escrita, están nomás bajo el rubro de publicidad contratada, sometidos a las líneas informativas del gobierno.
El “periodismo ciudadano” que con fuerte carga de opinión se va forjando en las redes, de a poco, va desplazando al periodismo tradicional. Estos “periodistas ciudadanos” comentan, conectan puntos, satirizan e ironizan, y con ello, inevitablemente, forman corrientes de opinión.
Como mencioné, vanos serán los esfuerzos cupulares del régimen en su intento de aplacar esa aguda y peligrosa oposición que se va gestando en las redes. Lo cierto es que, en “ese lugar”, donde ha quedado totalmente develada la oscura realidad, el régimen se descompone despidiendo nauseabundos olores.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón
bolivia es una nación libre, independiente que jamás ha tolerado la dictadura. los intentos de establecerse de tiranos como melgarejo, bánzer, garcía meza terminaron en la derrota total de tal modo que el nuevo intento de colocar una dictadura revestida de populismo y "democracia" está también condenado a la derrota.
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viernes, 31 de marzo de 2017
el Régimen copia de Castro al inicio de "su reinado" cuando la intelectualidad vivió embelesada con el modelo, invita a intelectuales con todos los gastos pagados, a visitar Bolivia y asistir a los "actos oficiales" con cuya presencia propagandea su Gobierno. Manuel Castells experto en redes sociales ha sido utilizado por García Linera.
lunes, 27 de marzo de 2017
Ovidio Roca realiza un excelente intento de describir el populismo que llama "albánico" por lo del ALBA, con las características de estos regímenes que luego de ganar el poder "por el voto" se aferran al mismo uñas y carne, no lo sueltan, porque en ello está su existencia.
La cultura liberal tradicional se adhiere a los valores de orden social, propiedad privada, familia y trabajo creativo; por lo general en un marco ético y religioso. Bajo esta concepción ideológica se busca garantizar un ambiente de seguridad jurídica que fomenta inversiones y fuentes de empleo y promueve la ejecución de programas de educación humanista, productiva, tecnológica en un Estado de Derecho.
El Populismo tiene varias acepciones; generalmente se lo aplica a las tendencias socialistas y fascistas totalitarias, pero por lo común está referido a todo aquello que se aparta de la democracia liberal.
En Latinoamérica más que definirlo conviene describir lo que hacen nuestros populistas, ya que en las últimas décadas y especialmente en los países de la Alba y de la blanca, venimos adoleciendo de un largo periodo de peste populista, durante el cual los movimientos castro chavistas han sido extremadamente creativos en el uso de la demagogia y la manipulación de las masas.
Pero lo que mayormente marca y caracteriza al populismo es que tiene como finalidad y objetivo el disponer y utilizar los recursos públicos para sus propósitos, produciendo con este su accionar un ambiente con déficit económico y de institucionalidad.
Ellos apuestan por el estatismo, multiplican la burocracia y lo primero que hacen es afirmarse en el poder de manera indefinida. Para ello conquistan a la población con ilusiones y prebendas, utilizando para esto la riqueza producida por otros, por lo que la gente rápidamente se acostumbra a estas promesas y eventualmente a recibir subsidios y bonos.
En este ambiente la cultura del riesgo y del trabajo desaparecen pues todo se lo espera del Estado, por lo que no se logra una estructura productiva extendida y competitiva lo que hace extremadamente difícil avanzar hacia una economía de mercado, con empresas productivas y trabajos formales.
El discurso populista es matizado dependiendo de la psicología de las masas de cada país. En Bolivia el discurso es fundamentalmente indigenista y en lo demás sigue el típico discurso demagógico; se adversa a la empresa privada formal y se reivindica el rol del Estado en favor de los intereses de las masas populares con ofertas de estatismo, seguridad y justicia social.
Utilizan los mecanismos democráticos, especialmente el voto, para obtener el poder y luego se olvidan de ellos y solo se ocupan de preservar el poder y mantener la hegemonía política a través de la “popularidad” ante las masas, con discursos y medidas populacheras.
Se aplica el esquema del enemigo necesario; este es un mecanismo primordial, pues siempre tiene que haber un enemigo o una conspiración lista “para despojar al pueblo de sus conquistas y dividir el país”, esto deja al grupo de poder con las manos libres para atacar a la oposición y lo hace de la mano del líder populista que salva y defiende al país.
Se aplican medidas contra la libertad de expresión, como la regulación de los medios de comunicación, su compra por los socios del gobierno o su supresión, seguido por el hostigamiento y encarcelación de comunicadores sociales y el amedrentamiento de la población.
En el plano económico, los populistas se dedican a estatizar empresas con el nombre de nacionalizaciones. Se establece la total regulación estatal de la economía y fundamentalmente se ocupan de centralizar los poderes públicos: legislativos, judiciales y electorales en el Ejecutivo y a éste en manos de una sola persona o grupo hegemónico.
Este tipo de procesos ya lo hemos vivido en Bolivia varias veces y hasta ahora nada aprendemos. El último de estos fue hace algo más de treinta años (1982-1985) cuando vivimos una dramática etapa de populismo que dejó pésimos recuerdos y una economía quebrada, pero ninguna enseñanza para evitar repetirla.
Durante ese periodo, en el país se desató una ola de anarquía, incertidumbre y paralización de la producción. En una euforia populista, miles de izquierdistas de todas partes iban y venían a participar del carnaval revolucionario, mientras las amas de casa y los trabajadores corrían de un lado a otro para buscar qué comer y comprar su dólar, antes que sus bolivianos difícilmente ganados pierdan su valor barridos por la inflación. La gente recibía su sueldo, su plata y corría a comprar dólares de los pichicos, comida, ropa, cualquier cosa con tal de deshacerse de los bolivianos que minuto a minuto perdían valor.
La gente miraba espantada tamaño desorden, esa terrible inflación llegó al veinte mil por ciento y el dinero para pagar sueldos y deudas públicas no alcanzaba, así es que se imprimían cada día millones de papeles y se añadían ceros. El tipo de cambio del dólar paralelo que el año 1982 era de 283 bolivianos, llego en el año 1985 a 1.050.000 bolivianos por un dólar, es decir 3.710 veces más alto.
Este desastre y la desesperación popular fue lo que permitió sin mayor oposición que Víctor Paz, un verdadero Estadista, aplique una receta de economía liberal y con eso salvo al país del desastre. El presidente Víctor Paz, puso orden en la economía y en los mercados, frenó la inflación y diseñó una política económica de mercado que condujo exitosamente al país por varios años, hasta que nuevamente recaímos en el populismo.
Estamos en víspera del desastre productivo que por ahora está enmascarado y atenuado por la plata de la coca y la cocaína, las que sustentan la economía informal y posibilitan el abastecimiento de la población. Se asegura que es gracias a los dólares de la coca, del suministro de bienes por el contrabando, más la arraigada mentalidad de dependencia y subsidios, que la gente aún no percibe los problemas que se avecinan. Quizá necesitamos llegar al desastre para que la gente reaccione y decida apoyar a un Estadista y no a un Populista.
miércoles, 22 de marzo de 2017
llamar a elecciones, única salida legal para terminar con tanta miseria, violencia y crimen en Venezuela cuyo presidente se empecina en no escuchar a los organismos internacionales que piden un retorno a la Institucionalidad.
La situación política y social de Venezuela no puede ser peor. Quien todavía esté convencido de que el régimen de Nicolás Maduro es una democracia, simplemente está tratando de esconder una realidad lacerante que conmueve al mundo. Es tal la desesperación de los grupos que sufren la persecución que algunos claman por un pronunciamiento del papa Francisco, quien hizo lo suyo para aportar al diálogo y ahora tal vez espera que los mecanismos legales y de poder comiencen a actuar como corresponde.
En el plano social el panorama es desolador. Los medios internacionales hacen reportes que muestran una situación de guerra, de hambre y escasez que solo sería admisible en alguna nación de la África Subsahariana y no en el país que es dueño de las reservas más grandes de petróleo y que hasta hace unos años intentaba montar un nuevo imperio en América Latina. La noticia del asesinato de dos militares a manos de un grupo de niños de la calle que los atacaron con salvajismo es la mejor expresión de lo que está ocurriendo en una Venezuela que va camino al caos y la crisis humanitaria.
La paciencia parece haber llegado al límite en los organismos internacionales que aplican una presión creciente para obligar al gobierno de Maduro a dejar la represión, abandonar las políticas abusivas y corruptas del chavismo y llamar a elecciones en la búsqueda de una salida pacífica al conflicto. La Organización de Estados Americanos no ha podido ser más clara cuando ha pedido la aplicación inmediata de la Carta Democrática que demanda proscribir al gobierno venezolano, someterlo a una serie de bloqueos y torniquetes con el objetivo de obligarlo a ceder y devolver las garantías constitucionales.
La reacción de Nicolás Maduro ha sido virulenta y ha actuado casi de la misma forma que les ha respondido a todos quienes han buscado la manera de tender puentes para evitar la confrontación. El Chavismo se ha peleado con España, con Argentina, entre otros, llevando al país a un aislamiento que perjudica especialmente al pueblo que sufre hambre y que muere todos los días por falta de medicamentos esenciales que ya no hay en las farmacias y supermercados.
El último en manifestar preocupación por Venezuela ha sido el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien ha mencionado el caso en varias ocasiones. Recientemente dijo que estuvo hablando sobre el tema con su colega chilena Michelle Bachelet y, como para que quede claro que la Casa Blanca tiene los ojos puestos en Caracas, un alto dirigente del partido republicano dijo que ningún país debería temerle al nuevo mandatario norteamericano, excepto Venezuela. Todo indica que, antes de evitar cualquier entredicho que complique las cosas, el magnate neoyorquino está buscando cómo “rodear el toro”. Tal vez en ese mismo contexto se pueda entender la reciente visita a Bolivia de un alto funcionario de Estado de Washington. Lo hace cuando en nuestro país parece recrudecer la persecución política.
La paciencia parece haber llegado al límite en los organismos internacionales que aplican una presión creciente para obligar al gobierno de Maduro a dejar la represión, abandonar las políticas abusivas y corruptas del chavismo y llamar a elecciones en la búsqueda de una salida pacífica al conflicto.
jueves, 16 de marzo de 2017
Renzo Abruzzene desde El Deber, muestra con claridad meridiana que "los poderosos" un dia dejan de serlo y que "la sangre de los justos" les persigue para siempre jamás. es que no se puede ser eternamente impune.
Leopoldo y el ‘síndrome de encumbramiento’
Es desde hace mucho tiempo sabido que si en algún campo de la existencia se pagan indefectiblemente los errores, es en el de la política. También es sabido que el poder nubla los ángulos de visibilidad al punto que para los encumbrados se hace difícil, muy difícil, percibir el horizonte. Este curioso fenómeno suele resultar fatal porque lo que parece estar a leguas de distancia, muy lejos aún, resulta siendo un abismo apenas unos metros más allá.
Esto que podríamos llamar el ‘síndrome de encumbramiento’ suele precipitar acciones cuyo efecto, en el mediano plazo, resulta catastrófico. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en la masacre de la calle Harrington cuando los delirios de poder de García Meza y Arce Gómez asesinaron a un grupo de dirigentes miristas en la clandestinidad. Los entonces poderosos militares pensaron que matando opositores tenían expedito el camino a la eternidad y conquistado para siempre las mieles del poder (García Meza declaró que gobernaría 20 años). Fatal ingenuidad, a la vuelta de la esquina sus víctimas, desde la profundidad de sus sepulcros, se transformaron en sus perpetuos carceleros; desde entonces hasta hoy.
Estas lecciones no han sido aprendidas (es otro signo del síndrome de encumbramiento). Cuando se condena a hombres inocentes con la intención de sentar un precedente que huele a escarmiento más que a justicia, como es el caso de Leopoldo Fernández, la sensación que el ciudadano percibe es que los poderosos sienten que las cosas empiezan a escapar de su control, que el círculo de sus errores los asfixia poco a poco, que los invade el miedo, y aunque no puedan verse evidencias, flota en el ambiente un aura que diseña la suerte que les espera, porque la justicia suele tardar, pero en casos emblemáticos, como el de Leopoldo, seguro llega. Es absurdo pensar que encarcelar inocentes conlleva señales preventivas; al contrario, solo es echar más leña al fuego de la hoguera de un final tortuoso, como el destino que espera a todos los responsables de haber transformado la justicia en la dama de compañía del poder instituido
Esto que podríamos llamar el ‘síndrome de encumbramiento’ suele precipitar acciones cuyo efecto, en el mediano plazo, resulta catastrófico. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en la masacre de la calle Harrington cuando los delirios de poder de García Meza y Arce Gómez asesinaron a un grupo de dirigentes miristas en la clandestinidad. Los entonces poderosos militares pensaron que matando opositores tenían expedito el camino a la eternidad y conquistado para siempre las mieles del poder (García Meza declaró que gobernaría 20 años). Fatal ingenuidad, a la vuelta de la esquina sus víctimas, desde la profundidad de sus sepulcros, se transformaron en sus perpetuos carceleros; desde entonces hasta hoy.
Estas lecciones no han sido aprendidas (es otro signo del síndrome de encumbramiento). Cuando se condena a hombres inocentes con la intención de sentar un precedente que huele a escarmiento más que a justicia, como es el caso de Leopoldo Fernández, la sensación que el ciudadano percibe es que los poderosos sienten que las cosas empiezan a escapar de su control, que el círculo de sus errores los asfixia poco a poco, que los invade el miedo, y aunque no puedan verse evidencias, flota en el ambiente un aura que diseña la suerte que les espera, porque la justicia suele tardar, pero en casos emblemáticos, como el de Leopoldo, seguro llega. Es absurdo pensar que encarcelar inocentes conlleva señales preventivas; al contrario, solo es echar más leña al fuego de la hoguera de un final tortuoso, como el destino que espera a todos los responsables de haber transformado la justicia en la dama de compañía del poder instituido
viernes, 10 de marzo de 2017
Winston Estremadoiro de mente lúcida y frondosa memoria compara Melgarejo con Morales, aunque luego abandona el intento y más bien se refiere a los "autócratas que dominan el mundo"
Pareciera que la nación entera está por caer en garras de un grupo étnico que ni siquiera es mayoría. ¿Qué otra cosa colegir de un Viceministro de Descolonización que declara, guarango ajo de por medio, “¡carajo!, nosotros vamos a continuar aquí (en el Gobierno) 500 años”?
Podría relievar, y ganas no me faltan, rasgos mestizos e indígenas destacables de Mariano Melgarejo y Evo Morales, ambos ejemplos notables de esos caracteres en la historia boliviana. Sin embargo, aunque aún impresionado por algún paralelo entre uno (el alcohol y las mujeres), y otro (la coca y las mujeres), hoy enfocaré un rasgo común, el autoritarismo.
El autoritarismo es una categoría que atormenta a las gentes de 94 países del mundo, hoy controlados por tiranos, monarcas absolutos, juntas militares o regímenes autoritarios. Casi cuatro mil millones de personas sufren el azote, más de la mitad del mundo. Lo dice Human Rights Foundation, entidad guardiana de los derechos humanos, que se pregunta por qué se socapa tamaña catástrofe. Se pregunta si la Organización de las Naciones Unidas (ONU), talego que junta perros y gatos, leones y ovejas, águilas jingoístas y ratones indefensos, no debería dar paso a una Liga de las Democracias.
Cómo no, si distorsionan los reales males del mundo: son más de 800 millones de gentes en pobreza extrema; casi el mismo número sin agua potable; la guerra ha desplazado a 65 millones de sus hogares; entre 1994 y 2013 los desastres naturales afectaron a un promedio anual de 218 millones de personas.
Garry Kasparov, ruso, y Thor Halvorssen, noruego, advierten del autoritarismo. El primero, maestro de ajedrez, me trajo recuerdos de Bobby Fischer y los encuentros épicos con Boris Spasski, estadounidense el uno, en tiempos que su país no era muy afecto al deporte ciencia; soviético el otro, oriundo de un inmenso imperio donde el crudo invierno encierra a la gente.
¿Acaso China, cuyo Presidente discurseara en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, ante lo más granado de la élite mundial, no es parte del problema? Los autores remarcan que un foro dedicado a “mejorar el estado del mundo” no debería ofrecer una palestra tan importante “al líder de un régimen represivo”. Realmente, es hipócrita que su discurso empezara preguntando “¿Qué ha ido mal en el mundo?”, cuando su país encarcela o hace desaparecer a opositores, persigue minorías étnicas y religiosas, y opera un férreo sistema de censura y control político.
China no es la única. Ahí tienen a Rusia y su Putin; a Venezuela y su Maduro; a la Turquía de Erdogan o la monarquía religiosa en Arabia Saudita; al régimen fanático de los ayatolas en Irán; a la dinastía rabiosa de Corea del Norte; a la Cuba de los Castro; a Egipto y a Ruanda: ¿a quién le importa Bahréin, Kazajistán, Guinea Ecuatorial, la dictadura en Zimbabue? Imaginen, hoy hasta un puntal de la democracia ha resbalado por el voto en manos de un arbitrario mandamás. ¿Será que la democracia no es el remedio, porque la injusta ambición de poder siempre vencerá?
El Gobierno de Evo Morales parece estar en franco resbalón a un régimen autoritario, uno de cuyos rasgos es el prorroguismo en el poder. Así le faltara un poquitín para llegar a la longevidad de Robert Mugabe en Zimbabue, país africano parecido a Bolivia por mediterraneidad, la pobreza con ilusión de riqueza, y según algún mandamás ebrio de rencor étnico, la presunción falaz y racista de que ambos países están escindidos por negros y blancos allí, y aymaras y q’aras aquí.
Pareciera que la nación entera está por caer en garras de un grupo étnico que ni siquiera es mayoría. ¿Qué otra cosa colegir de un Viceministro de Descolonización que declara, guarango ajo de por medio, “¡carajo!, nosotros vamos a continuar aquí (en el Gobierno) 500 años”? Para no ser acusado de sacar de contexto sus declaraciones, añado que aseveró que “los aymaras no hemos venido al Palacio de Gobierno a visitar, hemos venido… a quedarnos. Lo que tienen que hacer los q’aras es aprender a vivir en democracia, aprender a ser gobernados por sus mayorías, y ellos, como minoría, aceptar”.
No sé si su espuma rabiosa se debe a la ignorancia o al fanatismo, pero sus palabras merecen ser desmenuzadas. Uno, la democracia no es privativa de un grupo étnico por 500 años en ninguna parte. Dos, en democracia manda el voto en las urnas y las papeletas no siempre obedecen líneas étnicas ni geográficas. Tres, el mestizaje biológico y cultural es la mayoría en Bolivia, algo que quizá prueba el cabello ondulado del vociferante. Cuatro, si de mayorías se habla, entonces los quechuas lo son, no los aymaras. La diferencia es quizá que los unos están disgregados en el territorio (norte de La Paz, valle cochabambino, norte de Potosí, etc.), mientras los otros están amontonados, cual sitiando a la sede de Gobierno, alrededor del lago Titicaca, la ciudad de El Alto y el altiplano vecino. Tal vez por eso tienen atenazada a La Paz, pienso yo. Han logrado mayor nivel educativo, o si quieren, mayor formación ideológica en la retórica racista al revés de Fausto Reynaga y otros.
Repito que soy boliviano y por mí pueden quedarse con Chuquiago. De todas formas, la capital del país debería responder a nuevas realidades en esta patria inmensa y poco poblada. Sin embargo, el reciente voto del represor de Chaparina en Naciones Unidas, confirma que Bolivia se alinea con el “Club de las Dictaduras” y no con el sistema de repúblicas democráticas en el mundo.
El autor es antropólogo
Podría relievar, y ganas no me faltan, rasgos mestizos e indígenas destacables de Mariano Melgarejo y Evo Morales, ambos ejemplos notables de esos caracteres en la historia boliviana. Sin embargo, aunque aún impresionado por algún paralelo entre uno (el alcohol y las mujeres), y otro (la coca y las mujeres), hoy enfocaré un rasgo común, el autoritarismo.
El autoritarismo es una categoría que atormenta a las gentes de 94 países del mundo, hoy controlados por tiranos, monarcas absolutos, juntas militares o regímenes autoritarios. Casi cuatro mil millones de personas sufren el azote, más de la mitad del mundo. Lo dice Human Rights Foundation, entidad guardiana de los derechos humanos, que se pregunta por qué se socapa tamaña catástrofe. Se pregunta si la Organización de las Naciones Unidas (ONU), talego que junta perros y gatos, leones y ovejas, águilas jingoístas y ratones indefensos, no debería dar paso a una Liga de las Democracias.
Cómo no, si distorsionan los reales males del mundo: son más de 800 millones de gentes en pobreza extrema; casi el mismo número sin agua potable; la guerra ha desplazado a 65 millones de sus hogares; entre 1994 y 2013 los desastres naturales afectaron a un promedio anual de 218 millones de personas.
Garry Kasparov, ruso, y Thor Halvorssen, noruego, advierten del autoritarismo. El primero, maestro de ajedrez, me trajo recuerdos de Bobby Fischer y los encuentros épicos con Boris Spasski, estadounidense el uno, en tiempos que su país no era muy afecto al deporte ciencia; soviético el otro, oriundo de un inmenso imperio donde el crudo invierno encierra a la gente.
¿Acaso China, cuyo Presidente discurseara en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, ante lo más granado de la élite mundial, no es parte del problema? Los autores remarcan que un foro dedicado a “mejorar el estado del mundo” no debería ofrecer una palestra tan importante “al líder de un régimen represivo”. Realmente, es hipócrita que su discurso empezara preguntando “¿Qué ha ido mal en el mundo?”, cuando su país encarcela o hace desaparecer a opositores, persigue minorías étnicas y religiosas, y opera un férreo sistema de censura y control político.
China no es la única. Ahí tienen a Rusia y su Putin; a Venezuela y su Maduro; a la Turquía de Erdogan o la monarquía religiosa en Arabia Saudita; al régimen fanático de los ayatolas en Irán; a la dinastía rabiosa de Corea del Norte; a la Cuba de los Castro; a Egipto y a Ruanda: ¿a quién le importa Bahréin, Kazajistán, Guinea Ecuatorial, la dictadura en Zimbabue? Imaginen, hoy hasta un puntal de la democracia ha resbalado por el voto en manos de un arbitrario mandamás. ¿Será que la democracia no es el remedio, porque la injusta ambición de poder siempre vencerá?
El Gobierno de Evo Morales parece estar en franco resbalón a un régimen autoritario, uno de cuyos rasgos es el prorroguismo en el poder. Así le faltara un poquitín para llegar a la longevidad de Robert Mugabe en Zimbabue, país africano parecido a Bolivia por mediterraneidad, la pobreza con ilusión de riqueza, y según algún mandamás ebrio de rencor étnico, la presunción falaz y racista de que ambos países están escindidos por negros y blancos allí, y aymaras y q’aras aquí.
Pareciera que la nación entera está por caer en garras de un grupo étnico que ni siquiera es mayoría. ¿Qué otra cosa colegir de un Viceministro de Descolonización que declara, guarango ajo de por medio, “¡carajo!, nosotros vamos a continuar aquí (en el Gobierno) 500 años”? Para no ser acusado de sacar de contexto sus declaraciones, añado que aseveró que “los aymaras no hemos venido al Palacio de Gobierno a visitar, hemos venido… a quedarnos. Lo que tienen que hacer los q’aras es aprender a vivir en democracia, aprender a ser gobernados por sus mayorías, y ellos, como minoría, aceptar”.
No sé si su espuma rabiosa se debe a la ignorancia o al fanatismo, pero sus palabras merecen ser desmenuzadas. Uno, la democracia no es privativa de un grupo étnico por 500 años en ninguna parte. Dos, en democracia manda el voto en las urnas y las papeletas no siempre obedecen líneas étnicas ni geográficas. Tres, el mestizaje biológico y cultural es la mayoría en Bolivia, algo que quizá prueba el cabello ondulado del vociferante. Cuatro, si de mayorías se habla, entonces los quechuas lo son, no los aymaras. La diferencia es quizá que los unos están disgregados en el territorio (norte de La Paz, valle cochabambino, norte de Potosí, etc.), mientras los otros están amontonados, cual sitiando a la sede de Gobierno, alrededor del lago Titicaca, la ciudad de El Alto y el altiplano vecino. Tal vez por eso tienen atenazada a La Paz, pienso yo. Han logrado mayor nivel educativo, o si quieren, mayor formación ideológica en la retórica racista al revés de Fausto Reynaga y otros.
Repito que soy boliviano y por mí pueden quedarse con Chuquiago. De todas formas, la capital del país debería responder a nuevas realidades en esta patria inmensa y poco poblada. Sin embargo, el reciente voto del represor de Chaparina en Naciones Unidas, confirma que Bolivia se alinea con el “Club de las Dictaduras” y no con el sistema de repúblicas democráticas en el mundo.
El autor es antropólogo
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