El gobierno del presidente Morales protagoniza un momento fundamental de la historia contemporánea del país, que se ha basado en un proyecto nacional de largo plazo apoyado en dos premisas; la demolición total del pasado y la fundación de una nueva estructura estatal que rediseñe todo.
La ambición de tal premisa excede con mucho las bases teóricas en que se fundamenta y –salvo contadísimas excepciones-- la capacidad del equipo que pretende llevar adelante tal empresa.
Juegan además en contra del proyecto, las debilidades de sus pilares. Hay muy poca relación entre lo que se predica y lo que se hace y es cada vez más evidente que las viejas prácticas de la peor política, han contaminado buena parte del gobierno y el partido del Presidente.
En este enmarañado escenario aparece el Vicepresidente y en un discurso que desnuda su arquitectura intelectual, define las etapas históricas del “proceso” que vivimos (uso la palabra de connotación equívoca de modo deliberado). Para el segundo mandatario, en medio de este atolladero en el que se debate la aplicación de la Constitución, todo está más claro que el agua. En su intervención explicó cómo debe entenderse lo ocurrido desde que Morales se convirtió en protagonista de la política nacional. Para ello y con su característico didactismo, dividió ese proceso en cinco etapas (uno tiende al símil de “las espadas”, pero es preferible no caer en tentación). Etapa 1: Construcción del instrumento político. Etapa 2: Toma del poder por la vía electoral, desde la primera incursión de Morales como candidato a diputado, hasta su elección en 2005. Etapa 3: Ascenso al gobierno. Etapa 4: Derrota –aplastamiento, en los términos que le gustan más al Vicepresidente-- de la oposición. Etapa 5, la que está a punto de comenzar: Construcción del poder total, económico, político y cultural. El recetario no permite confusiones.
Economía en manos (casi exclusivas) del Estado con su pilar central en la obsesión industrialista tan cara al marxismo del siglo pasado y tan frágil en los días del calentamiento global, a la que debe sumarse el control absoluto –del Estado, por supuesto-- de las materias primas. Los sindicatos, no las Pymes, ni las medianas ni grandes empresas, menos los empresarios privados, son los destinados a lograr capacidad económica y hacerse cargo de la producción. ¿Alguna duda?
El poder político total (todo es total en la lógica de una dictadura) debe conseguirse a través del control social, la hidra de las mil cabezas que no responde a nadie sino a sí misma, aspecto que el Vicepresidente debía tomar muy en cuenta. Ese supra poder popular tiene su base en el poder ejercido por las masas, pero –casi sobra decirlo-- pensado por la elite que conduce este proceso.
El poder cultural no es otra cosa que el control –total, no lo olvidemos-- del pensamiento de los bolivianos. Formar ideológicamente a los dirigentes, es decir, convertirlos en instrumentos, en piezas, en correas de transmisión de una sola ideología, la de la “revolución”. Cuando habla de cultura, en realidad habla de dominio ideológico sobre el conjunto de la sociedad, no de la condicional esencial de los seres humanos, la del pensamiento individual, la creación, el debate, la duda fecunda, la diversidad. ¿Cómo encuadra el segundo mandatario semejante propuesta con la teoría de la condición multicultural del Estado plurinacional? Vaya uno a saber…
Es casi imposible entender este discurso y esta propuesta sin conocer la historia del marxismo, pero sobre todo la del socialismo real. Jacobinismo y estalinismo son dos pisos de la casa teórica de García Linera, que por supuesto, por si queda algún despistado aún, se construye sobre una plataforma puramente funcional. En este caso, la democracia tal como la entendimos en 1982, tal como la concibieron quienes creían en el hombre multidimensional, en el derecho a pensar libremente, en la conciencia libre, en la dignidad a partir del individuo y en la interrelación de éste con el otro en la sociedad, que permite su construcción armónica sobre la diferencia, sobre la libertad, no es ni medio ni fin. Se trata de la abstracta libertad, de la justicia idílica de la comuna. Aquí hay que olvidarse de la libertad cotidiana en la que se conjuguen derechos y deberes, en la que la construcción de justicia, equidad, inclusión y vida realmente humana, son la esencia. Pareciera que nunca vivimos los miles o millones de muertos de la Francia de Robespierre, de la Unión Soviética, de la China Popular, o de Camboya.
El discurso comentado, uno de los más importantes pronunciados por el jefe del gobierno, no se compadece en absoluto con la idea de democracia que es en este caso un producto que lleva la leyenda: “Úsese y tírese”, pero sí con esa gran falacia que se denominó y se denomina todavía en unos pocos lugares del planeta como “democracia popular”, que tiene de democrático el marbete y nada más.
García Linera propone un proyecto totalitario de futuro. ¿Evo Morales y David Choquehuanca, el más lúcido de los colaboradores del Presidente, suscriben en su integridad tal proyecto? Por ahora, las tuercas de ese sobrecogedor experimento de ingeniería social sobre nuestras espaldas, están siendo aceitadas.
El autor fue Presidente de la República
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