Marcelo Ostria Trigo
Referendo, constitución e ingenuidad
Seguimos atónitos. No parecía razonable que se consagre, como ley fundamental, un texto espurio, racista, antijurídico, mal concebido pese a que el oficialismo, según se cuenta, tuvo asesores extranjeros para que ayuden a redactar el mamotreto. Pero ni modo, ya está; el desatino está consumado: el proyecto ahora es la constitución de la nación –o de las naciones, como quisiera el MAS– y comenzará a “implementarse”.
Por supuesto que hubo reacciones por los resultados fraudulentos del referendo. La primera fue de la prefecta del departamento de Chuquisaca, la señora Savina Cuellar, quien, ante la enorme magnitud del escamoteo electoral en el campo chuquisaqueño, propuso el desacato a la nueva constitución.
La segunda reacción fue del gobernador (prefecto) cruceño y del presidente del Comité Pro-Santa Cruz. Ambos propusieron un pacto entre los departamentos de la “media luna” y el gobierno, que garantice la vigencia de los regimenes autonómicos aprobados en sendos referendos. El presidente de dicho comité, luego, lanzó la idea de establecer un estado confederado, con dos naciones, la occidental y andina, y la oriental, la de las tierras bajas, lo que iría más allá de un régimen de autonomías y del federalismo.
Cobra notoriedad la repetición –otra ingenuidad– de la idea de que la nueva constitución no podrá ser “implementada” por el gobierno; primero, por las contradicciones y la oscuridad del texto aprobado y, segundo, porque erigir un nuevo esquema institucional demandará esfuerzo, tiempo e imaginación. Se dice que, cuando vengan las dificultades para ponerla en efectiva vigencia, el MAS, sin esos atributos, no tendrá otro remedio que buscar un acuerdo -no se sabe para qué- y así se podrá volver a la sensatez.
Pero los conocidos antecedentes y la acción del MAS muestran que sus designios populistas están trazados. Son el producto de un engendro siniestro: el socialismo del siglo XXI y de la pretensión de Hugo Chávez –plenamente compartida con obsecuencia por el populismo boliviano– de suceder a Fidel Castro en el empeño de desatar una revolución populista en el continente. No es de esperar que el gobierno ni el presidente se arredren ante cualquier dificultad; se empeñarán en imponer su constitución; para esto cuentan con la formal aprobación de su proyecto en las urnas, con la fuerza pública y con las hordas agresivas de los supuestos “movimientos sociales”.
No es probable que el gobierno abandone el afán de predominar y eternizarse en el poder –“vamos a quedarnos para siempre”, “no somos inquilinos en el Palacio e Gobierno”, dijo Evo Morales con la fruición que da el poder. Las advertencias son claras: los “movimientos sociales” obligarán a los senadores opositores a no “obstaculizar” la aprobación de las leyes para implementar la nueva constitución. Si no hay leyes, habrá “decretazos”. No habrá vigilancia para que en esos decretos se respete la constitución (la nueva o la vieja). Para eso se desmanteló el Tribunal Constitucional. Nuevamente, se aplicará el “yo le meto nomás” presidencial, si se presenta una ilegalidad, y lo de “mis abogados están para legalizar (las tropelías)… para eso han estudiado”.
La marcha es hacia la dictadura.
Pero ¿el destino de los bolivianos es ser dominados? ¿Debemos abandonar la esperanza?. Por supuesto que no. No hay pueblo que sea sojuzgado para siempre. Pasará Castro como pasaron Hitler y Stalin, dejando huellas terribles. Y pasarán también los populistas fanatizados.
Lord Acton decía: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Lo que empezó en Bolivia hace tres años, con indicios de malos manejos, ahora son graves actos de corrupción que han causado sensación y escándalo. Hasta los encumbrados, es decir los hombres fuertes del populismo, muestran su naturaleza corrupta.
Vendrán días difíciles: serán los de la constitución racista y excluyente, la justicia desvirtuada, las instituciones destruidas, todo con atropellos, violencia, incuria, soberbia e irresponsabilidad. Estos no son elementos que puedan sostener indefinidamente a un sistema impuesto, corrupto y prepotente.
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