La ley antirracista recientemente promulgada por el presidente Morales, parece haber activado el dispositivo de la estupidez en la sociedad boliviana y la “epidemia” tiende a agravarse. Tal vez por algún sentimiento parecido a la vergüenza ajena, porque en realidad él es cómplice de la farándula que se ha armado, el vicepresidente García Linera salió el viernes al cruce de toda una avalancha de propuestas, que según reconoció, tienden a llevar al país por el sendero del oscurantismo.
Los que idearon la ley contra el racismo y sobre todo, aquellos artículos que eliminan la libertad de expresión, tal vez creyeron que la comunicación es un elemento concreto y puntual de la realidad social que sólo tiene que ver con periodistas y medios masivos, a los que un régimen autoritario necesariamente tiene que silenciar si pretende mantenerse en el poder de manera indefinida. Lamentablemente, para ellos, la comunicación no es un compartimiento estanco que se puede extirpar, sin alterar el complejo entramado de la cultura y eso involucra por supuesto, obras literarias, telenovelas, programas como Los Simpson, el show de Las Magníficas y obviamente, el diccionario de la Real Academia Española. La furia que ha despertado en el Concejo de Oruro, el uso de la palabra castellana “concejil” no es más que la negación de una lengua, tal vez el rasgo más determinante de una cultura, el más abarcador. ¿A ese extremo vamos a llegar?
Habría que ponerle mucha atención a lo que ha dicho el vicepresidente, cuando llama “oscurantismo” a lo que otros están interpretando como “descolonización” y “revolución cultural” y en función de ello, proponen eliminar las telenovelas, los concursos de belleza, “quemar” libros y a cambio exigen que todos los canales de televisión se conviertan en tribunas populares al estilo Carlos Palenque y que bellas modelos cambien el bikini por atuendos aprobados y reglamentados por el régimen.
Aunque traten de negarlo, todo eso se desprende de una ley “multiuso” que fue ideada para ser instrumento de dominación pero que comienza a escapársele de las manos a los propios creadores. Habría que investigar qué sucedió realmente en El Torno, donde cuatro policías le reventaron el hígado a patadas a un hombre en respuesta a insultos y actitudes que los uniformados suelen calificar como “faltamiento” a la autoridad. No vaya a ser que aquellos agentes se sintieron empoderados para reaccionar de esa manera ante un gesto discriminatorio, lo mismo que pasó con los concejales de Oruro y a la inversa, con aquellos agentes de crédito de una entidad financiera estatal que calificaron a los periodistas como “un sector sensitivo” que los inhabilita para obtener un préstamo.
“La estupidez es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia, su lujo más costoso”, decía el periodista y escritor de origen húngaro, Paul Tabori, autor de uno de los tratados más amplios sobre este factor que parece estar abriéndose paso en Bolivia, un país que pese a todas las crisis que ha atravesado a lo largo de su historia, siempre ha demostrado sabiduría y lucidez para no precipitarse al abismo. Ojalá que la reacción del Vicepresidente esté orientada hacia la búsqueda del equilibrio.
Habría que ponerle atención a la versión del Vicepresidente, cuando llama “oscurantismo” a lo que otros llaman “descolonización” y “revolución cultural”.
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