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sábado, 15 de enero de 2011

ciertamente "no hay plazo que no se cumpla" lo afirma Marcelo Ostria refiriéndose a Castro y Chávez, pero también a Evo aunque no lo nombra


El poder engolosina y, como afirmaba Lord Acton, corrompe. Por eso, con frecuencia, los encaramados en el poder público, obnubilados por la soberbia, se pierden en un sueño imposible: el ansia de eternidad del esquema de gobierno que han creado.

Hitler fue el caso más conspicuo de ese delirio. Pretendía que su Tercer Reich durara mil años. Perdurar, también fue la fantasía –con otras características, por supuesto– que compartieron los autócratas en nuestra América como Somoza, Trujillo, Duvalier y, recientemente, la dinastía del castrismo en Cuba. Ahora mismo, se está reeditando en nuestra región el ansia de eternidad en el poder. Esto ya lo inició el venezolano Hugo Chávez, con sucesivas reelecciones de dudosa legitimidad y, uno a uno, le siguieron sus aliados integrantes del ALBA. En realidad, siguieron la receta de Fidel Castro, actualizada y, ahora, con ropaje democrático.

Hay, en los que procuran perdurar en el poder, un rasgo común: fomentan para sí el culto a la personalidad; y ellos mismos creen que son irremplazables. Así se refuerza en el sátrapa la idea de que es el único que encarna la voluntad de los ciudadanos. El “elegido”, entonces, se empeña en demostrar que toda oposición es una deformación perversa de la acción política, justificando, con esto, la descalificación y persecución de quienes son considerados enemigos, no sólo del régimen, sino de la Patria.

La mayoría, inicialmente conseguida por el autócrata, irremediablemente cambia, y cuando llega el ocaso del experimento político, nace la desesperación y el miedo, ese miedo que da paso al odio irrefrenable.

Por supuesto que hay diferencias notorias: toda agrupación democrática busca el poder para hacer realidad sus propuestas. No se trata de entronizar por siempre a un caudillo. Cuando se pierde apoyo, toca ceder el lugar y ubicarse en la oposición para intentar recuperar el favor ciudadano.

El empeño en eternizar un esquema en el poder, tarde o temprano resulta en una frustración. Se puede, ahora, medir el impacto que causa en la ciudadanía una tropelía o un fracaso. Entonces, en los autoritarios nace el instinto de conservación política a toda costa, dando palos a ciegas y culpando a todos por sus yerros.

Pero, siempre nace el rechazo ciudadano. Frecuentemente, son advertencias sensatas. Este es el caso del peculiar socialismo “bolivariano” de Hugo Chávez que se va agotando y se encamina –como el castrismo- a su ocaso. “ ‘Las acciones de las autoridades del Estado para asumir el control total de la vida de las personas y el intento de establecer condiciones para eternizarse en el poder’, así como la aprobación de la Ley Habilitante para el presidente Hugo Chávez, fueron rechazados por la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) en las conclusiones de su reciente Asamblea Anual Ordinaria”. Ciegos los chavistas, seguramente no aceptarán la sensatez.

La ira por la crítica no es buena consejera. Obnubila la razón y oculta los yerros, de la misma manera que la pretensión de infalibilidad, alentada por los áulicos. Y la prepotencia, nacida del ejercicio del poder que aflora en la crisis, causa mayor resistencia. Entonces es que, en desesperado intento, hay retiradas pretendidamente justificadas por aquello de “retroceder un paso, para avanzar dos”.

Si bien corregir lo errado es loable, no lo es cuando se cambia por la conveniencia circunstancial de un grupo sectario. Entonces, el cinismo hace perder autoridad.

Así llega al principio del fin. Y, po

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