Y ahora vienen los indígenas. Los más pobres, los que tienen menos recursos, prácticamente selváticos. Los que están marchando en estos días. No deja de llamar la atención la forma en que se expresan de ellos los altos funcionarios de gobierno: si ellos no lo solicitan formalmente no habrá diálogo.
Todos los gobiernos en Bolivia —la mayor parte muy malos— deberían contar con un margen de indulgencia por las condiciones en las que tienen que gobernar. Carente de la más mínima institucionalidad, salvo el intento liberal de principios del siglo XX, y de la Revolución de 1952, nada se ha podido construir, salvo retazos de país y una cantidad innumerable de discursos supuestamente patrióticos adornados de palabrerío rimbombante, alusiones a héroes, invención de escudos y banderas, ¡especialistas en banderas!, reflejo de una sociedad desagregada instalada en el conflicto permanente, ¡cómo no!, tapando su enorme capacidad de autoindulgencia con nuevas proclamaciones de patriotismo, con nuevos discursos, con nuevas banderas.
Me surge una legítima duda cuando pienso si esa indulgencia debería también ser concedida a este Gobierno. Primero, porque es el que ha practicado de un modo más cínico el concepto de “cambio de enemigo”. Si uno recuerda los primeros años de la gestión de Evo Morales no había ninguna duda de que su enemigo era la oligarquía de Santa Cruz, ganaderos, gente rica, a la que llenó de improperios y calificativos incluyendo el de separatistas y desde luego, el de terroristas. El Presidente, personalmente, pronunció sentencias condenatorias y, en vista de que ante esas sentencias algunos escaparon —obviamente no había ninguna posibilidad de un proceso justo— los calificó de delincuentes prófugos.
A partir del gasolinazo, las cosas cambian. El nuevo enemigo, son las clases populares que se rebelan en las calles de La Paz. El Vicepresidente, con su enorme facilidad académica, diagnostica que la COB —que había sido su fiel aliada hasta entonces— se ha convertido en un organismo infiltrado por la extrema derecha fascista. ¿Dónde estaba esa “extrema derecha”? ¿En qué cubil estaba refugiada hasta entonces?
Y ahora vienen los indígenas. Los más pobres, los que tienen menos recursos, prácticamente selváticos. Los que están marchando en estos días. No deja de llamar la atención la forma en que se expresan de ellos los altos funcionarios de gobierno: si ellos no lo solicitan formalmente no habrá diálogo. ¿Se mantendría ese tono peyorativo, si siendo también indígenas, los marchistas fueran cocaleros? Obviamente, para el Gobierno no todos los indígenas son iguales… ¡Hay indígenas de primera y de segunda! ¿Será que el neoliberalismo se aprende tan fácilmente?
Pero hay más. Cuando dicta leyes para facilitar el ingreso, comercialización, legalización de los autos “chutos”, ¿no está reconociendo expresamente su facilidad para colocarse al margen de la ley? Conste que por información oficial procedente de las representaciones de Chile y Brasil, entre esos autos se encuentran cientos de robados en Chile y ¡más de 4 mil en Brasil! Es decir que nos estamos convirtiendo no sólo en un almacén, sino en el principal almacén de autos robados y chutos en Sudamérica.
Añadimos las cantidades de coca y de cocaína que se trafica por Bolivia y casi tenemos el cuadro completo. Ahora la repetición de la pregunta central: ¿hay alguna condición, próxima o remota, para impedir que esta situación pueda revertirse? En condiciones de institucionalidad cero, en situación de profunda desagregación social, ¿alguien puede, con alguna esperanza de éxito, enfrentar esa tarea?
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