El comandante Fidel Castro Ruz sorprendió al mundo entero al afirmar que el modelo económico estatista cubano, que él mismo implantó desde 1960 en ese país, no sirve ni siquiera para los cubanos y menos podría ser exportado.
Semejante expresión de autocrítica es digna de un marxista, como se reconoce el líder latinoamericano más conocido en el mundo entero en el siglo XX, junto con su compañero Che Guevara.
Pero es un reconocimiento desgarrador si se piensa en el pueblo cubano, que ha sido objeto de este experimento del que ahora, cincuenta años después, se reconoce que fue un fracaso.
La admisión del comandante se produce veinte años después del derrumbe del muro de Berlín y, con él, de todo el imperio soviético, también como consecuencia del fracaso del modelo económico estatista.
Las palabras de Castro se dan cuando su país está viviendo la peor cosecha de caña de azúcar de los últimos 106 años, lo que podría ser tomado como el caso extremo del fracaso del modelo estatista.
La productividad de las granjas estatales cubanas, que controlan 90 por ciento de las tierras cultivables de la isla, es tan baja que el país tiene que importar alimentos por 2.000 millones de dólares, sobre todo de Estados Unidos. Las granjas en manos de privados, con solamente 10 por ciento de las tierras cultivables, aportan con 70 por ciento de los alimentos producidos en la isla. Lo único que faltaba para definir el modelo cubano como un fracaso eran las palabras del comandante Castro, que ahora adquieren el sentido de un certificado de defunción para ese modelo.
Castro dijo que el modelo cubano no sirve ni siquiera para los cubanos cuando el periodista le había consultado sobre la posibilidad de exportarlo, de aplicarlo en otros países. Su respuesta fue tajante y sacudió a millones de personas en todo el mundo que consideran todavía la economía estatizada como opción.
Cuba no desea, dice el comandante, exportar su modelo, porque no sirve. Lo que quiere decir que no recomienda que se lo copie en el exterior.
Toda esta conmoción política internacional se ha dado cuando en Bolivia el Gobierno del presidente Evo Morales Ayma estaba en medio de un nuevo arrebato nacionalizador y estatista.
A raíz de la reversión de las acciones de la fábrica de cemento de Sucre algunos medios de comunicación afines al Gobierno aludieron a la posibilidad de que las reversiones sigan adelante y comprendan a las empresas que alguna vez fueron del Estado boliviano.
Estas declaraciones del comandante Castro se dan cuando los proyectos de reformas urbanas siguen preocupando a los bolivianos, conforme circulan las versiones de anteproyectos cada vez más duros, que reducirían el derecho a la propiedad.
El clima de temor en el país crece también por la impunidad con que algunos bolivianos, en nombre de ayllus o comunidades indígenas, toman propiedades privadas sin que nadie, de parte del Estado, proteja a los propietarios legales.
Fidel Castro ha dicho a todos sus seguidores, autorizados o no, que el estatismo no sirve. Tendrían que escucharlo los entusiastas revolucionarios de escritorio que alientan el avance del estatismo en el país.
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