El conflicto del TIPNIS podía haberse evitado si el presidente en forma directa e inmediata dialogaba con los afectados. El coste de la insensatez es alto, no sólo por el gasto inútil del dinero público, sino por deslegitimación social de la democracia y el absurdo y gratuito desgaste político del Gobierno.
Las recurrentes pérdidas de perspectiva de la realidad del Gobierno ¿son consecuencia de la soberbia, del síndrome del poder, de la ineptitud, o de todas ellas? La persistencia del Presidente, a todas luces inviable, su intransigencia a pesar del clamor de la gente, su postura final “ambigua y elástica” y el flujo constante de afirmaciones contradictorias ante hechos políticos evidentes, revelan ineptitud y cuya conducta demuestra la influencia que en él tiene su propio y peculiar mundo interior, y que algunos benignamente podrían etiquetar de una “ingenuidad incompatible con el cargo”.
La soberbia, que le lleva a perder la perspectiva de la realidad cotidiana, le impide observar la línea que separa lo correcto de lo incorrecto y hasta el bien del mal, a veces porque no lo entiende, a veces porque no la acepta, o llevado por una “obstinación extrema” quiere modificarla a toda costa. En esto es secundado por los aduladores sin límites, que hasta le “felicitan” por haber llegado al acuerdo, siendo los mismos que le convencieron a no ceder, a no “equivocarse” cambiando de decisión. El ultraoficialismo es mucho más nocivo para el poder que la peor oposición, ese es el verdadero efecto psíquico del poder. Es el “síndrome del poder”.
Como la política se caracteriza por el vértigo y la inmediatez, las decisiones políticas erróneas del Sr. Morales, lejos de terminar, están condenándole a una oxidación inmediata por su autoritarismo. Y es que el Presidente confunde el poder como dominación, del poder como función social. Una cosa es la voluntad colectiva y otra la que el Presidente entiende y hace en función a “su interpretación” de esa voluntad. El poder político que se atribuye al mandatario, sólo se justifica cuando cumple la función social.
Hoy el poder está “deprimido”, no concilia el sueño, no es para menos, el poder está en plena travesía del desierto sin saber a dónde llegar, y no es sólo el desgaste natural e inexorable del poder que preocupa, sino el cansancio de los votantes por la constante demostración de ineptitud, y no es asunto banal que preocupe el futuro porque del Presidente depende la marcha del país. Por esto, el clima de desconcierto implantado en la opinión pública se justifica, porque en realidad, nadie sabe a dónde vamos por la pobreza en la percepción de la realidad del ejecutivo ¿servirá de algo este aprendizaje traumático?
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