Tres pecados capitales
En estos tres años de gobierno del Movimiento al Socialismo, MAS, se cometieron muchas faltas graves. Por lo menos, tres de ellas son pecados capitales.
Al inicio de la gestión del presidente Evo Morales, en enero de 2006, por el impacto de su rotundo triunfo electoral y los anuncios de “cambio”, de “refundación” del país y de eliminar la corrupción –el “ama sua” (en quechua: no seas ladrón sería una de las leyes supremas), hizo que pocos advirtieran que los fantasmas rondaban en el nuevo entorno gobernante: la corrupción, el narcotráfico y la violencia desenfrenada. Ahora, éstos ya están presentes.
El MAS, escupió hacia arriba: “no tenemos corruptos en nuestras filas y castigaremos a los ladrones neoliberales”. Esta prédica de la moralidad funcionaria está desmentida con dos ejemplos mayores:
En el departamento de Pando, ocupado militarmente, ingresaron libremente 33 camiones repletos de mercadería de contrabando, y existen muchos indicios de protección oficial, junto a denuncias de la participación del ministro Juan Ramón Quintana, el más cercano al presidente, todavía en funciones,
El otro caso es trágico: Un empresario, que debía entregar al presidente de Yacimientos Petrolíferos Bolivianos, el influyente dirigente del MAS, Santos Ramírez, un soborno de cerca de medio millón de dólares por un contrato firmado al amparo de decretos de excepción dictados el por poder ejecutivo, fue asesinado. Santos Ramírez está en la cárcel; faltan los coautores, cómplices y encubridores.
Ya se ha abierto la caja de Pandora y comienzan a salir los demonios del latrocinio generalizado.
Hasta ahora, no hubo mayor alarma pública por el enorme incremento en Bolivia de las áreas de cultivo de coca, pese a que casi la totalidad de la producción de decenas de miles de hectáreas (ya duplican la superficie autorizada) en la zona de Chapare –la más extensa de este cultivo en Bolivia– se destina a la producción de cocaína. El presidente es el más alto dirigente de los sindicatos de los “cocaleros” (los que cultivan coca) de esa zona, que fueron, y aún son, importante sostén político del MAS.
En verdad se facilita la producción de coca y se evita la presencia de veedores, como la DEA –la administración antidrogas de Estados Unidos que, por convenio, cooperaba en la lucha contra el narcotráfico–, y de USAID, la agencia de cooperación norteamericana para el desarrollo, que impulsaba proyectos de producción alternativa a la coca en el Chapare. La DEA fue expulsada de Bolivia y USAID del Chapare.
Aparentemente, la deuda del presidente con sus cocaleros no estaba completamente pagada. Faltaba la acción internacional para la “despenalización de la sagrada hoja de coca“. El presidente, para ello, armó viaje a Viena y ante la Junta de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), teatralmente mostró una hoja de coca, la masticó y exultante dijo que no le hace nada, que la usa desde hace más de diez años; que es una bendición por sus maravillosas propiedades, Lo que quizá no le hayan advertido es que esto de establecer los efectos, nocivos o no, de la masticación de la coca no es cosa tan simple; la cuestión no termina con “no hace daño” y sanseacabó; hay un debate científico.
Pero el tema es otro y más grave: a mayor producción de coca, más cocaína.
Al oficialismo ya no le es posible ocultar ni justificar seriamente la violencia de las hordas de matones que atacan cualquier expresión opositora. Columnas de masistas, están prestos para cercar –como ya lo hicieron- la sede de congreso para forzar la aprobación de cualquier disparate que se le ocurra al gobierno; esbirros golpean a periodistas, cívicos y opositores; encapuchados asaltan casas y secuestran a opositores. Hace pocos días, furiosas turbas masistas de la zona andina de Achacachi, se apropiaron violentamente de la casa del ex-vicepresidente –también indígena– Víctor Hugo Cárdenas. Hay presos políticos, como el prefecto de Pando, don Leopoldo Fernández, que resiste estoico el abuso de su encarcelamiento, manteniendo principios y dignidad.
Evo Morales, al inicio de su mandato, aseguró que renunciaría si en su gobierno había un solo muerto por la represión. Los asesinados ya superan los sesenta. Y conste que algunos de los muertos atribuidos a la violencia de la oposición, según el informe para UNASUR del ex - guerrillero Rodolfo Mattorolo, ofrecido con propósitos infames por la solícita presidenta argentina, gozan de buena salud.
Hasta ahora las tropelías del masismo, o no fueron advertidas, o el populismo las ocultó hábilmente. Pero esto empieza a cambiar. Tanto fue el cántaro a la fuente que se está rompiendo. Fuera de Bolivia ya se conocen los tres pecados capitales del gobierno de Morales: corrupción generalizada, alentada y facilitada; descontrol en la producción de coca y, por consiguiente, aumento de cocaína, y violencia, desconociendo los derechos ciudadanos y libertades democráticas.
En la prensa internacional comienzan a aparecer relatos, enjuiciamientos y análisis sobre la esencia antidemocrática y febrilmente violenta del régimen populista de Bolivia. Más aún, se sabe que sigue, sin pausa, el intento de coparlo todo. De esto último son ejemplos la nominación ilegal de un interventor de la Contraloría General de la República y el juicio propuesto por el MAS ante el Congreso contra el presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Mientras tanto, la imagen del indígena redentor se deteriora rápidamente.
Tarde o temprano, los actores del macabro espectáculo de destruir una nación, ya no estarán; no podrán gozar de los despojos de una sociedad herida, porque al final de esta tragedia habrán hecho mutis por el foro.
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