Dictadura... ¿espanta o amansa?
¿Estamos los bolivianos en ciernes de un régimen dictatorial? Muchos ciudadanos convencidos de ello, se preguntan si es posible contener el torbellino del totalitarismo en Bolivia y si contra él se puede librar una batalla victoriosa sin provocar derramamiento de sangre, es decir con el menor costo posible de vidas y sufrimientos.
Otros, cuidadosos de manifestar sus ansias de libertad y su odio por la dictadura, aseguran que se trata de un hecho consumado y resignados afirman estar demasiado atemorizados para siquiera pensar en una resistencia popular. Ellos mismos asumen su sufrimiento sin objetivo y su futuro sin esperanza; aunque son conscientes que cualquier intento que empiece por el desarrollo de un pensamiento, así como la planificación dirigida a defender sus derechos, resulta más útil que no hacer nada.
En América Latina, en este último tiempo, ha surgido una importante tendencia hacia una mayor inclusión social. Con este argumento, varios gobiernos han elaborado interesadamente discursos de ‘cambio’ exacerbando aspectos raciales y exaltando doctrinas encasilladas en extremismos superados y hoy gobiernan experimentando formas inéditas de dictadura.
La estrategia para implantar un régimen totalitario no es nueva, curiosamente se repite. El fascismo, nazismo y comunismo, todos sin excepción, utilizaron justificativos como el de luchar por la liberación y los oprimidos. Logrado el poder, inculcaron insistentemente al ciudadano sumisión al gobernante y al entorno que detentaba autoridad. Luego, deliberadamente debilitaron las instituciones públicas, políticas, sociales y hasta religiosas, a las que rápidamente sojuzgaron o reemplazaron por otras nuevas, hasta someterlas. Con este objeto, el ciudadano fue aterrorizado hasta hacerlo temeroso de trabajar en grupo en la defensa de la vida y sus derechos; sembraron desconfianza de los unos en los otros, y en algunos casos, lograron persuadirlos para que se conviertan en funcionales al régimen. Así el partido en función de gobierno pudo dominar la sociedad.
Se sabe que cada dictadura, deja tras de si una larga secuela de muerte y destrucción. Lo estamos viviendo. La lucha en defensa de la democracia, nunca fue tarea fácil, tuvo siempre sus complicaciones, riesgos y costos. De allí la necesidad de formular estrategias que puedan incrementar su poder efectivo y reducir el costo social.
Lo importante, en todo caso, es tener un pueblo desafiante y movilizado. Se han visto dictaduras lucir firmemente afianzadas, amenazantes e inexpugnables, que no pudieron soportar el embate de una ciudadanía unida y organizada. Para ello tampoco fue necesaria una resistencia de carácter violenta. Algunos pueblos han iniciado esta tarea poniendo al descubierto ante la comunidad mundial la naturaleza brutal de estos regímenes represivos, generalmente encubiertos por grandes campañas mediáticas que muy ingeniosamente saben ejecutar. Estamos a tiempo.
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