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domingo, 28 de septiembre de 2008

todo lo que quiere es quedarse en el poder en forma indefinida. es ese el cambio profundo

El Señor de todos los poderes

Dicen los analistas que en Bolivia el largo plazo es una semana. No se equivocan. Si oímos gritar ¡Cuando! y responder ¡Ahora! como expresión de las demandas sociales, tenemos que concordar que la prisa por tener las cosas “ahora” parece ser nuestra manera de ser. Y no sabemos esperar. El tiempo andino es el tiempo de hoy. Mañana quien sabe. Así que todo debe ser ahora.
Fiel a esta expresión de impaciencia premeditada el Señor de Todos los Poderes indujo al Gobierno a firmar un pre-acuerdo a las setenta y dos horas de iniciado el esperado “diálogo”. Para que se vuelvan a sentarse en la mesa Gobierno y Prefectos de las Autonomías, tuvieron que pasar meses. Y cuando esto ocurre en vez de tratar los temas con sapiencia y cuidado mutuo, el Gobierno con su habitual exabrupto pide decisiones y apresura los ritmos.
Si colocamos en la balanza del tiempo los 500 años que reclaman los “originarios” y el año y meses que se dieron de tiempo para aprobar un proyecto de constitución contrahecho no hay equilibrio. ¿No debían acudir a esa paciencia infinita que tuvieron para esperar 500 años de exclusión y darse unos cinco años, al menos, para elaborar un nuevo pacto social que nos permitiera tener un Estado de Derecho que termine con toda esa historia de negaciones que hemos vivido? ¿No era eso una muestra de la sabiduría indígena que tanto proclaman sus voceros?
¿Por qué tanta paciencia ayer y tanta impaciencia hoy día? Porque no les interesa dar paso a un nuevo Estado Nacional, sino dar curso a una nueva reelección presidencial. Y usan como pretexto a la exclusión, a la pobreza, a la desigualdad social y a todo lo que pueda ser un escudo protector de sus verdaderas intenciones. No está el Señor de Todos los Poderes imbuido del sentido histórico sino borracho de Poder y en su mareo permanente arrastra a todos.
Conversar sobre los temas centrales que nos afligen no requiere de tiempo sino de trabajo, de voluntad para crear y de tolerancia para comprender. Virtudes que no condicen con la intolerancia, la descalificación y el apuro por retener el Poder efímero que obtuvieron hace poco más de dos años.
La prontitud repleta de esa viveza criolla del Señor de Todos los Poderes, su precipitación planificada, la brevedad que solicita para resolver 500 años de historia, la alacridad de su ubicuidad, ora en la Vicepresidencia, ora en la Presidencia, ora en la Cancillería, ora en la vocería no tiene pausa ni tiempo es un todo que hace del él lo que es: el Poder Supremo. Donde el “indio” es un medio que usa para satisfacer su megalomanía sin límites.
Pues bien, nos dio su versión y reveló sus intenciones. Quiere a las autonomías de rodillas, supeditadas al centralismo secante del que se alimenta hoy día. Demanda que se maquille su proyecto de constitución pero que no se toque la piel que encubre su calavera. Decide quién puede atribuirse derechos y quién no. Por ejemplo, está de acuerdo con que los Prefectos, que no fueron elegidos para tratar asuntos constitucionales, resuelvan el “capitulo” referido a las autonomías inscritas en el proyecto de constitución masista, pero en contrapunto les niega ese mismo derecho que les da para tratar otros asuntos relacionados con esa constitución.
Si uno tiene atribuciones para lo más, tiene para lo menos. Nadie le otorgó atribuciones al Gobierno para que pueda por sí, ante sí y para sí, decidir qué es lo que se puede o no modificar de ese proyecto.
Violando la constitución actual se dio atribuciones que no le compete. Esos actos son nulos de pleno derecho. ¿Entonces de que chacota se queja el Señor de Todos los Poderes si es él quien encabeza el carnaval de desaciertos que estamos teniendo?
El Gobierno es el paradigma de la desinstitucionalización nacional. Reclama el respeto a la ley que viola constantemente. Pide a los ciudadanos que cumplan con ella y se niega sistemáticamente a hacerlo. La ley es para nosotros, no para el Gobierno. Por eso el desacato civil se convierte en norma de conducta y no hay poder que obligue a nadie a encuadrarse en la ley.(fuente: hoybolivia, autor: Dante Pino)

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